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EL HOMBRE EN LAS FERRERIAS El personaje principal es el ferrón en sus distintos ofi- cios: olajaun es el dueño de la ferrería; olagizonak son los ferrones u operarios de la misma. Arotz es el martillador, oficial de las ferrerías grandes. Txiketatzalle es el oficial de las herrerías pequeñas. Mealle es el operario desmenuza- dor del mineral. lele (iyele, uiele) es el tirador o laminador. Urtzaille (urtzalle, urtzalla) es el fundidor; urtzailla bi, dos fundidores. Gatzammallea (gatzamallia, gatz-emallea), el mar- mitón o mozo que se cuida del puchero y otros menesteres y recados. También se usó el nombre de biargin (beargin) para nombrar SON enéricamente a los trabajadores: biargiñak lau = los trabajadores de la ferrería son cuatro. Biarginen arre- mientak = las herramientas de los trabajadores. El ferrón ha sido un hombre misterioso, pero admirado de todos, si no temido; en los cuentos populares se habla de monstruos de un solo ojo, como el gigante Polifemo de la fábula, begibacoches (begibakotx, monocular, de un solo ojo), como los primeros que en tiempo de los jentillak tra- bajaron el hierro. El ferrón, vestido de túnica larga hasta el suelo, obrera, y con un pañuelo especial en la cabeza, kapela-zapi, ha sido a la vez temido y respetado. En ocasiones se le ha tenido por brujo, hechicero o mago y se le ha aislado de la socie- dad. Este hecho («Enciclopedia» Larousse) puede ser debi- do a la utilización por parte de él de los tres elementos que ha podido dominar y combinar convenientemente: el (en el horno), el aire (en los fuelles) y el agua (para el en- friamiento de los tochos cálidos de hierro). El dominio total de estos elementos puede ser considerado como el fruto de un pacto secreto del ferrón con las potencias temidas de ultratumba. Sea como fuere, si en la antigúedad se divinizó al artista que elaboraba el cobre, no se podía menos de atri- buir origen misterioso a este otro personaje que, dominan- do convenientemente tres de los cuatro elementos de los griegos, los unía adecuadamente para darnos un metal tan útil y práctico para todos: el hierro. Esta mezcla de temor, admiración y respeto se respira en las hermosas páginas que nos ha dejado Pérez Galdós en sus «Episodios Nacionales», tercera serie, «Luchana» (Zoilo Arratia en Lupardo, XIX). Mi querido amigo Mariano Barrenechea, incansable «re- cogecuentos» del país, me ha puesto en contacto de forma muy directa con este ambiente humano de ferrones y fe- rrerías, al proporcionarme varias anécdotas recogidas de los hijos de los antiguos ferrones de Ochandiano. En ese pueblo se guardaba fiesta todas las tardes; pero desde media noche hasta medio día se hacían los trabajos de las ferrerías. Después, los maestros de las ferrerías y los andikis (caciques) tomaban café en el bar y jugaban al tute o a otros juegos de naipes, y las mujeres, siempre esclavas, se dedicaban a transportar leña y a otros quehace- res domésticos. Los hombres, a sus juegos en la bola leku (bolera) y después «koska». Koska (tarja) es un trozo de tabla en el que se marcan unas rayas correspondientes a las deudas que se hacían en el juego y no se pagaban. Los maestros de las ferrerías eran lo que hoy diríamos los superhombres del día, los jauntxos; existía el caciquis- mo Andaban los tales con alpargatas hechas de cuero, de suela endurecida, y con una especie de escarpines de cuero, en

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