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yesca y el acero, o partiendo de otro fu anterior cuida- dosamente conservado, y lo dejan arder durante unas cua- tro o cinco horas, si es primera vez, para que el horno se seque bien y vaya adquiriendo la temperatura adecuada. Amontona el operario el carbón encendido con un espe- tón en el lado del horno por donde se inyecta el viento, junto a la tobera, hasta una altura de 56 cm. en el horno navarro y lo aprieta fuertemente, golpeándolo con el dorso de una pala de hierro, procediéndose ya a la operación definitiva. Colocados los cestos del mineral en el muro del con- traviento, se va echando el mineral poco a poco, con suavi- dad, alternando con carbón encendido, cuidando de que no se llegue a obturar el orificio de la tobera. Terminada la carga, se llena el horno totalmente de carbón y se le da viento con el fuelle o la trompa de agua. - El fundidor riega frecuentemente el carbón de la super- ficie, para concentrar el calor y evitar un consumo inútil; lo revuelve sin cesar y lo amontona en medio del horno; limpia sin descanso la parte de la salida del viento, sondea el fondo del crisol para comprobar la presencia de grumos de hierro libre y comprueba la fluidez de la escoria que se adhiere a la barra metálica del instrumento de trabajo. Se añade carbón a medida que el anterior se va consumiendo y se aumenta poco a poco el viento, de forma que llegue a su plena fuerza al cabo de dos horas, dando más agua a la rueda de los fuelles o a la ua A partir de este momento, el cuidado y la actividad son la norma de trabajo de nuestros olagizonak, concentrando su atención en cuatro objetivos bien concretos: el mineral, la lupia (masa de hierro íntimamente mezclada con escoria, que algunos llaman «lobo» y equivale a la palabra castellana «Zamarra» y a la euskara agoa, agoe o agoi; también se lla- ma «tocho»), el viento y la escoria. La escoria, líquida, flota y se va reuniendo junto al ori- ficio de la tobera, donde la combustión del carbón es muy rápida. Se sangra de vez en cuando por la parte delantera, dejándola fluir libremente (ziarzulo es el orificio de salida de la escoria). En el fondo del crisol se van formando masas esponjosas de hierro mezcladas con escoria y restos de carbón y mi- neral de hierro; el fundidor con su espetón, va juntando todos estos grumos de metal libre, formando un bloque más compacto, de mayor tamaño, de color blanco, blando, pero resistente todavía a la penetración de la punta del instru- mento de trabajo; al cabo de cuatro horas se puede dar por terminada la operación, se cierra la mampara de los fuelles y se retira todo el carbón ardiente hacia la parte trasera del horno. Descubierto el tocho o lupia, se le clava el espetón, se le sacude vigorosamente y se le da vueltas para expulsar la escoria líquida que le acompaña; fuera ya del horno y colocado sobre el yunque, comienza a operar el martillo, golpeando primero con lentitud y después con mayor rapidez el bloque de hierro o tocho, para purificarlo de cenizas, es- corias y mineral, dándole a su vez compacidad y forma. Según el tamaño del agoe o lupia obtenido, se le divide en partes mediante una tajadera o epaile; en ocasiones se consiguen hasta cuatro piezas llamadas galdabatekoak. Si el tocho se divide en dos partes, que es lo más fre- cuente, una queda con el mango y se llama burute y la otra parte sin el mango, totxu. Estas piezas se vuelven a ca- lentar, si es necesario, y luego se estiran por sus extremos

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