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NECROLÓGICA. PADRE GERMÁN DE PAMPLONA, OFMCAP grada Escritura con su lengua aneja, el hebreo. El 5 de abril de 1924 fue ordenado de sacerdote, en la catedral basílica, por el Rvdo. Obispo diocesano, Excmo. Mateo Múgica y Urrestarazu. Y el mismo año, por el mes de noviem- bre, pasó al colegio de Lecároz, en donde reverdeció sus lauros de Humani- dades con el bachillerato civil, aprobado por libre. En la Universidad de Barcelona, resolvió, con la misma descollante bri- llantez que su carrera eclesiástica, los dos primeros cursos de Filosofía y Le- tras. De entonces data su especial dedicación a los estudios históricos, movi- do en parte por las lecciones del profesor Bosch Gimpera, de quien siempre hablaba con respetuosa veneración. En 1928 pasó a la Universidad de Zaragoza, en donde terminó su Li- cenciatura (1930) de bracete con otras actuales eminencias (más jóvenes en años), Lacarra y Cañellas. Guardaba especial gratitud a sus maestros Giménez Soler, Domingo Mi- ral y Pascual Galindo. En octubre de 1930 se incorpora a la tarea docente, como profesor insigne de Historia, según confiesan sus numerosos discípulos, excolegiales de Lecároz. Firma las últimas actas de exámenes al finalizar el curso 1968- 1969. Interrumpió su labor de 1961 a 1963 para dar cima a su tesis docto- ral. Un par de cursos, en recuerdo de su maestro Miral, alternó la cátedra de Geografía e Historia con la de Griego. Los que frecuentaron sus aulas, no solamente ponderan las cualidades del sabio y del pedagogo, sino aquellas otras sus dotes eutrapélicas que, con la gracia de lo espontáneo, gobernaron su conducta social en la clase y en la calle, en las reuniones de amigos y en los simposios de historiadores, no menos amigos. Cuando alguien, por embromarle, soltaba algún despropósito, como el de la inutilidad para la vida humana, de haber descubierto un nuevo rey, respondía sin enfado ni sonrisa, más hiriente que el enojo, con simpli- císima naturalidad: «Puedes continuar pensando de la misma manera; no tar- darás mucho en andar subido por los árboles». Ese «nuevo rey» aludido, es un Alfoso Froilaz, hijo de Fruela II, no registrado en las dinastías reales españolas y sorprendido por el P. Germán en los códices de Roda y de Albelda: un nuevo Alfonso que, a partir de Alfonso IV de León, cambia la numeración dinástica; de modo que el último rey, que dio paso a la segunda república española, debería quedar registrado como Alfonso XIV y no con la designación corriente de Alfonso XIII. El historiador Ballesteros vio tan interesante aquella novedad, que le ofreció el Boletín de la Real Academia de la Historia para difundirla; mas el P. Ger- mán que se creía obligado con la Institución «Príncipe de Viana», como miembro fundador, entregó su artículo a la revista que publica este organis- mo cultural de Navarra. [3] 339

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