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don José Andrés Achurra. Compañón no deseaba tal ascenso, aunque fueran grandes sus méritos; mas se ve que el rey no se daba cuenta del error cometido o no quería saberlo. El prelado se hallaba enfermo por exceso de trabajo, no estaba para aclimatarse a la meseta bogotana, con sus 3.000 metros de altura, cuando se había adaptado al clima truji- llano, ciudad distante 8 kilómetros del mar y a 33 metros so- bre su nivel. Expuso todas estas razones, indicando que no estaba para emprender una nueva vida, dejando su progra- ma a medio cumplir; de nada le valieron sus razones. El virrey navarro Agustín de Jáuregui, en su Memoria, decía a su sucesor el flamenco Caballero Croix: «Este ilus- tre prelado, durante el tiempo de su visita, se aplicó no sólo a lo más peculiar de pastoral ministerio, sino a establecer con solidez unas poblaciones útiles con escuelas públicas, para civilizar a aquellos miserables que apenas lograban una o dos veces al año la comunicación con las gentes». Las cartas del flamenco al obispo no pasan de siete líneas, contando con la firma y fechas. Son frías, a pesar de los envíos del obispo al rey de todo aquello que podía interesar al Museo de Madrid; vamos a reproducirla: «Ilmo. Señor. Muy Sr, mío: He recibido la carta de V. S. de 25 del pasado y los 17 expedientes que se refieren en el Indice que acom- paña, los cuales examinados y reconocidos por mí con la atención que se merecen, providenciaré en cada uno lo que corresponda y avisaré a V. S. llma. de sus resultas. Dios guarde, etc. Lima, 5 de abril de 1788. El Caballero de Croix». No hay una palabra de aliento por sus desvelos, por su trabajo; todo se reduce a la palabra providenciaré, usada en diversas cartas al obispo, que terminaba en una larga len- titud o en un definitivo aplazamiento; el flamenco practicaba el axioma latino: Festina lenter (apresúrate despacio). La misma frase emplea en otra carta al obispo del 5 de abril de 1786. El obispo le proponía la rapidez en la concentra- ción de poblaciones, construcción de acequias para el agua potable y de riego, trazado de puentes y caminos para comu- nicarse y dar facilidades al comercio y a la industria; y, fi- nalmente, un estudio de tierras en Chillaos como muy con- venientes para el cultivo del algodón, cacao, tabaco y espe- cialmente de la ganadería. Martínez de Compañón se entendió directamente con el rey Carlos lll, y parece que esto no fue del agrado del fla- menco; a este virrey se puede aplicar el axioma gaucho: parecía haber nacido un día en que el Padre Eterno de mal humor. El sucesor tardó dos años en llegar, y el obispo impa- ciente prolongó su estancia en Trujillo, redoblando su acti- vidad para lantar su programa en todo lo posible. En el Archivo Moreira de Lima se guarda la carta de despedida a su amigo Hermenegildo pubs e de 25 de marzo de 1790. «No es decible cuánto siento dejar el Perú después de haber consumido en él tanto calor natural y los días más floridos de mi vida. Aunque ésto [Trujillo] no fuese Lima, pero es como ahí suele decirse, un sapo suyo, con la proporción para mantener una correspondencia, y en un caso estrecho, saber en cuatro días o cinco lo > ahí pasa. Pero ya no tiene remedio y es simpleza mortificar y mortificarse por ello». Se hizo el ánimo para el traslado, dando la última mirada a su diócesis optando por la vía dura, donde sólo es posible esperar, del presente, el sacrificio, y del futuro, la gratitud o el olvido. Su programa era como un inmenso bajorrelieve, inconcluso y retorcido por el dolor. Había tenido y suscrito diversas convocatorias para el sínodo diocesano en 1786-89 «ie

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