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las letras, como en su juicio e inclinación a los españoles». En las escuelas con alumnos indios y españoles, el indio debía tratar al español de Vd. y el español al indio de tú; y esto se prestaba a sabrosas expresiones en el Alto Perú (Bolivia), donde se hablaba el aymará, que no posee la pa- labra equivalente a Vd. y hoy día se les oye decir... «Oye tú, don Pedro». Se ve claramente en el obispo un ensayo sobre la integración racial. 7) Respecto al financiamiento de sus Escuelas Superio- res, expone que a cada alumno le costaría 4 reales diarios; los gastos de ambas casas serían de 62.346 pesos y 4 reales y medio; los pueblos contribuían con 7.000 que, unidos a los 2.000 del obispo, suman 9.000. Propone consignar a dichas Escuelas Superiores de 15 a 20 fanegas de tierras baldías en cada uno de los pueblos; que se pidiese limosna a este fin en los pueblos desde el Domingo de Ramos al Viernes Santo; que se gravase en 2 pesos cada botija de aguardien- te y en dos reales las de chicha; que en cada testamento se dejase un peso para idem; que se subiese hasta dos pesos la contribución anual de los indios para este objeto, pudiendo pagarlos en especies. Con todo esto le parece que bastaría, 8) Si no es posible la fundación de tales internados, se salva la dificultad económica, poniendo 50 indios cholitos en cada uno de los Seminarios de operarios diocesanos en Ca- . xamarca, Piura y Saña; saldrían a aprender las primeras le- tras y su oficio con los artífices de la ciudad, volviendo a su casa al toque de oraciones, y podrían acompañar a dichos operarios como ayudantes cuando saliesen a los pueblos. También se podría crear en sus proximidades otras casas para indias cholitas de 25 a 30, y así el gasto se reduciría a la mitad. (Carta al rey Carlos Ill, Truxillo del Perú, 15 de mayo de 1786). REFORMA AGRARIA Es un engaño el sostener que la prosperidad del Perú dependía en esos años de la explotación minera y no de la agricultura y ganadería, como sostuvo el jurisconsulto peruano Baquijano y Carrillo en su estudio publicado en el antiguo «Mercurio Peruano». Lecuanda refleja la mentalidad del obis- po explorador, que tenía en su poder las estadísticas más exactas que se hicieron sobre el obispado de Trujillo en el siglo XVIIl, y esta mentalidad se refleja en la obra del so- o titulada «Descripción de Trujillo y sus Partidos» (1789- 1790). Las minas de Hualgayoc (IV), productoras de metales preciosos, habían comenzado a explotarse en 1786, pero Le- cuanda no les da tanta importancia como a la siembra de gra- nos y a la cría de ganado, verdadera riqueza, ya que «des- pués de Lima, que puede llamarse el Perú en compendio, en lo que hace al comercio, es este pueblo [Saña, 111] el que tiene el mayor y más número de traficantes. A esto con- curre el ser muchos los españoles, pero exceden a éstos los indios». Hasta entonces existían las grandes haciendas sin la pe- queña propiedad; el prelado ve un peligro para la agricultura por la cercanía de las minas y escribe a Carlos Ill angustia- Uh

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