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riego, y 17 trasladados o concentrados. La iglesia de tres naves ocuparía el frente de la plaza con la casa-cural. Seguía en su visita a Caxamarca (IV) para seguir por Huamachuco (VII), Cxamarquilla y Pataz; al pasar por Otuz- co, creó la Doctrina de Carabamba (VII), nombrando cura de ella a don Francisco de Lizarraga. Hacia el 6 de marzo estaba para terminar su visita pastoral; era grande el resulta- do obtenido, pero aún quedaba mucho por hacer. Gran parte de sus planes estaba en proyecto y otros habrían de recibir impulso desde su residencia episcopal. No ocultó nunca su simpatía por la raza indígena, y po- dría ser comparado con don Vasco Quiroga, obispo de Mi- choacán (México), el Tata Vasco como aún lo recuerdan los indios mexicanos. La raza indígena tenía hambre y sed de justicia; era y lo fue siempre su amigo, y ellos lo fueron y lo amaron. Martínez Compañón experimentó, después de su visita, que era necesario llegar hasta lo más profundo de los na- tivos para buscar sus cualidades de ángel; había que meterse en el fango hasta la cintura para cosechar ese ramo de azu- cenas; entonces planeó su catequesis de Operarios Dioce- sanos y la fundación de escuelas, granjas agrícolas y Es- cuelas de Artes y Oficios para niños y niñas indígenas; cosa inaudita; pero la mujer es la madre de la promoción social, pues, ilustrada, es más hija, más madre, más esposa; ya que la mujer lleva en sí la poesía de las ideas, es decir, su instinto femenino. El obispo explorador realizó durante sus diez años de ac- ción en el Perú, una labor educativa, evangélica y de pro- moción social más que los virreyes en cien años. Existían las escuelas misionales para niños, muy pocas para niñas, y el prelado se dio cuenta del enorme valor encerrado en el elemento femenino. Por esta causa pretendía que las autori- dades se interesasen por integrar cuanto antes todas aque- llas razas dentro de la civilización cristiana, a base de ele- mentos educados y de su misma lengua y familia. No se puede tachar de exagerado el informe del prelado navarro al rey Carlos lll del 15 de mayo de 1786: «A la ver- dad, Señor, los indios de este obispado de que me toca y solamente voy a hablar, por ahora, es una gente miserable sobre todo encarecimiento, por dondequiera que se mire. Cier- tamente son miserables en sus almas, en sus cuerpos, en sus honras y en sus fortunas, En sus almas, por su profunda ignorancia y no tener idea del bien, del mal ni de la virtud y hallarse plagados y cancerados de vicios. En sus cuerpos, porque, sanos y enfermos, los tratan z son tratados con po- sitiva indolencia, inhumanidad y crueldad, poniéndose por to- das pis mil óbices y obstáculos a la conservación de su salud, mientras la gozan, y ningún reparo y auxilio para su restablecimiento, cuando la pierden, ni aquéllos que común- mente se suelen aplicar a las bestias. En sus honras, porque un mixto (mestizo), el más desventurado, y tal vez un negro, se quiere hacer superior al cacique más distinguido, si es que no llega a tratarlo con vilipendio, ultrajándole de palabra o con las manos. En sus fortunas, porque ésta es para ellos una voz vacía que no tiene significación, por lo cual ni saben mirar por sí ni por su posteridad y «siendo así que son, ni los únicos, o a lo menos los que más trabajan sin compara- a O A E ER O a Ciertamente que hubo exageraciones en informes envia- dos al Consejo de Indias, pero el de nuestro obispo parece ser cierto, ya que su sobrino Ignacio de Lecuanda es de la misma opinión, hablando de los indios de Saña y Cazamarca cio Jl
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