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pudo defender una voluntad ausente, adormecida. Mientras tanto, la clase alta del Perú gozaba de un plato fuerte, llamado curanto (guiso hecho en la tierra excavada, con pie- dras calentadas al fuego, tapado con hojas vegetales y tie- rra), consistente en una ternera, dentro de la cual se in- troducía un cordero, el que a su vez iba relleno de un pavo, el pájaro un huevo cocido, y éste una aceituna. HISTORIA DE HISTORIETAS El obispo era recibido en todas partes, pueblos y ranche- rías por la gente sencilla, sembrando de flores el camino, mientras los esquilones bailaban de contento en sus espa- dañas. ¡Hacía tantos años que no veían a un obispo! Por experiencia se daba cuenta que era necesaria una reforma total, y en todos los aspectos, si se quería hacer de aque- llos antiguos súbditos del Inca, súbditos del rey a base del Cristianismo, siendo como eran de razas distintas; supo apre- ciar las distancias, el aislamiento de las rancherías, por lo cual era necesario construir caminos, puentes, canales de riego, fundación de pueblos nuevos, muchas escuelas, reno- vación de la agricultura, siembra de productos nuevos. Su espíritu observador no pasó a la ligera por su dióce- sis, sino que se detenía donde era necesario, anotando da- tos, tomando esbozos de figuras, copiando escenas del na- tural, levantando planos de las nuevas poblaciones, de los monumentos y antigúedades. Con estas observaciones pre- tendía escribir la Historia de su diócesis, que no alcanzó por su traslado a Bogotá. A esto iban dirigidas las instrucciones a los párrocos y doctrineros, de las que hablaremos después. El 4 de julio de 1782 se hallaba en La Asunción (Caxa- marca IV). Siguió a Chachapoyas (V) y, visitando diversos pueblos, llegaba a Moyobamba (VI); se detuvo en diversos territorios, y lo encontramos en Piura (ll) el 6 de julio del año siguiente, 1783; el 10 de noviembre entraba en su ciu- dad episcopal para seguir a Jaén de Bracamoros (IV). Es algo interesante que hallándose en Huancabamba (1!) y su región, se le presentaron los vecinos dispersos en ran- cherías en número de 2.213, pidiéndole agruparlos en una sola población y poder ser atendidos por un sacerdote. Ellos se comprometían a edificar sus casas bajo la vigilancia del alcalde de españoles, Antonio Sánchez, y del alcalde de in- dios, Marcos Flores. Consultó con el vicario de Piura, que respondió favora- blemente, lo mismo que el corregidor Vicente de Zavala y el ayuntamiento del distrito. Se le ofrecían nuevas fundacio- nes de pueblos en terrenos cedidos por los dueños de una hacienda, hermanos Castillo. Escribió al virrey, Caballero de Croix, exponiendo el proyecto, sin recibir respuesta. El dueño de la hacienda la Solana había aceptado el tras- lado de una pequeña población a su estancia, y después se había negado; escribió al virrey el prelado mostrando las ra- zones y conveniencias, afirmando que no era grande el nú- mero de pobladores, pero se esperaba que su número iría creciendo. Pero su carta no obtuvo respuesta del virrey flamenco, pues volvía a escribir sobre el mismo asunto el 1. de diciem- bre de 1785; por esta causa prefirió entendérselas directa-

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