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darse cuenta de la enorme hazaña realizada por el obispo navarro. Hablando de los arenales de la costa, el arzobispo de Charcas, Moxó y Francolí se expresa así: «Después de haber saltado en tierra en la ensenada de Tumbes, tan famosa en todo el mundo por el desembarco de Pizarro y sus compa- ñeros, he seguido por espacio de casi 300 leguas el camino de Lima, apartándome unas veces más y otras menos, de las riberas del mar, atravesando en distintos lugares la sun- tuosísima calzada de los antiguos Incas y viendo infinitos escombros de grandes palacios, de inmensas ciudades, de empinadas y muy grandes fortalezas, y de infinitas acequias que serpenteaban a través de unos campos en extremo fe- cundos con el riego continuo del agua, y ahora cubiertos enteramente de estériles arenas». El cronista de Pizarro nos dirá que al descender ellos en esas tierras vieron ciudades bien pobladas con sus pla- zas y calzadas, pero también vieron ruinas de fortalezas, palacios y canales, atribuyendo todo esto a la guerra civil entre Huáscar y Atahualpa. Viendo tal derrumbe que venía desde siglos pasados, na- cerá en el obispo un programa económico-social en su Men- saje a Carlos 1ll: «Lo que únicamente se necesita es aumen- tar y hacer más útil su población, y para conseguirlo, reducir a sus habitantes a sociedad; dar crianza a la niñez de ambos sexos, impulso a la agricultura y minería, movimiento y ac- den e de O EOS táseento la lndustrio». Este fue el Programa del obispo navarro con genio de estadista y con una gran formación humanística. Sus ideas son las mismas de los economistas argentinos Sarmiento y Alberdi: concentración de poblaciones en terrenos más pro- concentración tria, minería y comercio. Aún tuvo tiempo para enviar a Carlos lll informes sobre agora en el Perú, que ha hecho de esa nación, hoy día, primera productora del mundo en harina de pescado con la construcción de la modernísima factoría de Paita, antiguo sector diocesano de Trujillo, departamento de Piura, n.* Il, Las palabras anteriormente citadas sobre los indígenas de aumentar y hacer más útil su población, indican que el obis- po se había dado cuenta de su porvenir y de su promoción, reflejando exactamente las ideas expuestas por Bernardo Ward, célebre ministro economista de Fernando VI en su «proyecto económico»: «El indígena era un capital casi desa- provechado y del cual se podía es > ti un mayor rendimien- to, si se le sacaba de su estado de ignorancia y pasividad». Aunque nacido el prelado en otros climas, supo aquila- tar lo bueno de sus diocesanos indígenas, disimulando sus defectos; apreció las bellezas de su suelo y se conmovió ante aquella raza nativa, abandonada a sí misma, explotada muchas veces, estancada en sus costumbres por falta de una mano amiga que la ayudara a regenerarse, y de un co- razón que la comprendiera. Las estadísticas y los informes de Compañón, los más perfectos de su tiempo, nos muestran cómo la arquitectura del delito en esa raza nativa se compone de una parte de fa- talismo, mucho de miseria fisiológica, con otra parte de im- piedad humana. Su análisis va destiñendo el delito humano hasta dejarnos la blancura desventurada de una raza cobriza, de un pueblo que sigue siendo niño, al que trituró la vida, y al que fueron manchando los días lentamente, y al que no
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