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nareta, según el historiador Pirala. Li incluso a proyec- tarse el rapto del Infante-Rey en la villa de Azcoitia, pero no pudo llevarse a efecto. Los dos ejércitos, carlista e isabelino, estaban cansados. La guerra se iba prolongando mucho tiempo. La desmorali- zación era mayor entre las tropas liberales que entre los carlistas, Entre éstas cundió el desaliento y la fatiga, des- pués del fracaso de la expedición a Madrid, ordenándose la retirada cuando estaban ya en el parque del Buen Retiro, a pocos pasos de la misma Puerta del Sol. Faltaba la mano férrea y la perspicacia del genial Tomás de Zumalacárregui. Maroto, jefe supremo, no pudo imponer la disciplina, El ejér- cito liberal estaba todavía más desmoralizado. El atraso de las pagas motivó una serie de motines en Valencia, Alican- te, Murcia y Zaragoza. Sobre el cansancio y el descontento vinieron a caer las campañas de paz, bien pagadas y astu- tamente dirigidas. Comenzaron los contactos entre los generales Espartero y Maroto, ambos «ayacuchos». Las conversaciones continua- ron y se elaboró un plan de rendición condicionada, en el que los jefes carlistas se aseguraban el reconocimiento de sus grados y empleos. El gobierno de Madrid los reconocería. Los generales navarros, residentes en Estella, fieles a don Carlos, seguían las andanzas, reuniones, envío de men- sajeros, tratos y realizaciones de Maroto, considerándolo co- mo traidor a la causa del rey. Pero el Gobernador de Es- tella, Blas María Royo, espiaba sus movimientos y avisó a Maroto para que se pusiera cuanto antes en camino hacia la ciudad del Ega. Temiendo lo peor el jefe carlista se di- rigió con una división a Tolosa, aprisionando al general Pa- blo Sanz. Al llegar a las Dos Hermanas de Irurzun detuvo a Uriz. Llamó luego al general Carmona, a quien detendría después, enviándole como correo especial al general Fran- cisco García, comandante de Navarra y jefe de los conju- rados, para comunicarle su próxima llegada y decirle que no confiara tanto en sus soldados, pues había de fusilarlo con sus mismas tropas. Carmona transmitió el mensaje, Los generales García v Guergué se rieron de tales bravatas. Maroto y sus tropas llegaron a Estella. Inmediatamente comenzó a tomar las medidas oportunas para detener a los jefes que se oponían a su transacción, Todo parecía con- fabulado contra los leales. De pronto vieron éstos que en Estella todo estaba perdido. El general García intentó salir de la ciudad disfrazado. El centinela, puesto sobre aviso, lo detuvo. El cabo de guardia dio a Maroto este parte: «Mi general. Como en estos días se nos ha dicho tanto... Y así que V.E. ha llegado, hemos visto al general García, disfra- zado de cura, que se marchaba de la plaza, y hemos creído un deber el arrestarlo». Con sotana y manteo fue metido en la prisión, a pesar de sus protestas. Maroto consultó con sus amigos y partidarios sobre lo que procedía hacer con los prisioneros. Todos opinaron que debía fusilarlos, pues de lo contrario, don Carlos trataría de libertarlos y se invertirían los papeles. Solamente pro- testaron contra la medida el Conde de Negri y el general Silvestre. En su comunicación a don Carlos sobre el fusi.- lamiento, Maroto invocaba una ordenanza de Fernando VII, que no nombra, según la cual el jefe supremo puede dispo- ner de la vida de sus subordinados. La confusión era pa- tente. Los escritores carlistas han señalado a Maroto como causante de todos los males del partido; modelo de trai- Y
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