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los galeones. Poco después salvó parte de la plata almace- nada en la nave almirante de la flota de Nueva España, que había encallado en las costas mejicanas. Su afán era encontrarse en los trances más difíciles, pues parecía que para él no existía lo imposible. PUNTOS Y PUNTILLOS Los hermanos Redín levantaban muy alto su apellido, y doña Isabel buscaba el lustre social de sus hijos. Poseía el título de baronesa de Bigúézal, pero tan sólo en forma no- biliaria. Necesitaba algo más efectivo, ya que aquel pueblo de dieciocho casas, en la merindad de Sangúesa, hacía cuarenta años que no pagaba impuestos al señor, debido a su ausencia continua en las guerras de Italia y Flandes. Además, el título no tenía asiento en cortes, como era propio de otras familias del reino. Todas estas quejas y otras fueron elevadas al Consejo Real, el cual decidió que los vecinos de Bigiúézal volvieran a los antiguos impuestos, después de ser recono- cida la nobleza de los Redín-Cruzat. Ya doña Isabel podría sentarse entre duquesas y marquesas con su garbo innato, aun cuando su señorío era de dieciocho casas, dieciocho fa- milias dedicadas al carbón entre breñas y robledales. El 21 de junio se expidió el decreto en el Consejo de Ordenes, para que se formalizara en Navarra la minuciosa ejecutoria de hidalguía y limpieza de sangre en estos términos: «La persona que ha de ser recibida, ha de ser hijodalga, así de parte de madre, como de padre, al modo del fuero de España, y tal que concurran en él las demás cualidades, que los Establecimientos de la Orden disponen». La pureza de sangre exigía ser cristiano viejo, sin mezcla de sangre de judío ni de moro en ninguno de sus ascen- dientes; no hallarse infamado en cosa grave entre su clase, y que ninguno de su parentela, hasta el cuarto grado en línea ascendente, hubiera sido penitenciado por el Santo Oficio. Las pruebas se realizaron del 7 al 21 de febrero en Pam- plona, Redín, Artieda y Oriz. La hidalguía suponía no haber ejercitado ningún oficio vil o mecánico, no haber sido mer- cader o cambiador, saber andar a caballo y tenerlo. Las or- denaciones sobre oficios o trabajos manuales, vienen desde Alfonso X el Sabio, que deseaba tener a sus órdenes a los nobles a causa de la morisma. Acabada ésta, siguieron los nobles sin oficio ninguno, sin otro porvenir que la Iglesia o el ejército, decayendo la agricultura y las industrias, cosa que lamentaba Santa Teresa en las cartas a su hermano Lo- renzo. Se calcula que en tiempos de los Redín había en España 480.000 mobles ociosos, para los cuales la guerra era una profesión. El benjamín de doña Isabel no había perdido el tiempo, viendo satisfecha una de sus grandes ambiciones: la de ves- tir el hábito de una Orden Militar. No había mejor recomen- dación para los ascensos y para moverse holgadamente en sociedad. Don Martín había ingresado en la Orden de Malta. Don Miguel ostentaba el hábito de Calatrava, orden fundada por el monje San Raimundo de Fitero para defender el paso de Andalucía a la Mancha contra los moros. El menor de los Redín prefirió el hábito de Santiago, más en consonancia con su imaginación de guerrero principiante. a

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