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El modo que se empleó para civilizar a los motilones fue encontrarse con ellos, protegidos por la escolta, invitarlos a tener las mismas comodidades que los blancos, y llevarlos al pueblo; aprendieron el español y fueron mensajeros para sus congéneres de la selva. Su conversión empezó por la parte socio-económica. Después llegó el Evangelio. El Archivo General de Indias da mucha importancia a un capuchino misionero, el P. Gabriel de Estella, y a su parroquia de San Francisco de Limoncito. Un misionero colonizador. Los indios del pueblo subían a 90; los españoles a 500. Para los nativos hace plantar 14.000 plantas de cacao. Construye una acequia de riego, trabajando dos años con cuarenta peones; siembra maíz, yuca, caña de azúcar, etc. El ganado vacuno sube a 100 reses...; mulas a favor de los nativos, 35; cría de marranos, 200, que los indios aprovechan y venden, si les trae cuenta, ya que los blancos no les pueden engañar en los precios, pues la inmensa mayoría de ellos saben leer y escribir. Se establece un depósito o cooperativa con sus resguar- dos para las cargas que han de hacerse ya en mulas ya en piraguas. En mulas y lanchas ha empleado su sueldo del Consejo de Indias, 30 pesos de oro mensuales, unas cinco mil pesetas, más las limosnas de los fieles y el estipendio de misas. En la huerta de la casa-misión mantiene plantacio- nes de berenjenas, lechugas, ajíes (guindilla), coliflor, acel- gas y cardos. Los españoles de su parroquia también tienen sus siem- bras y posesiones, de modo que dice el P. Gabriel: «Todos son mis herederos; no reservo nada para mí, quedando yo corriente, con salud que Dios me dé». El P. Cesáreo de Armellada, apóstol moderno de los motilones, llama al P. Es- tella «el capuchino de bronce». Pero aún quedan pequeños detalles. Cada casa poseía su pequeña propiedad, de modo que las misiones resultaban como el Instituto de reforma agraria de Venezuela, instaurado en 1963 por la Democracia cristiana; y esto se puede decir de toda misión católica. El P. Estella nos da un informe de su parroquia el 6 de junio de 1806. Como navarro, poseía gran afición a la música, y su li- turgia parece que se adelantó al Concilio Vaticano !!. Poseía gran cantidad de ornamentos, sencillos y lujosos, con una variedad de instrumentos que deja muy atrás a nuestras misas ye-yés. Los cantos eran acompañados por violines, vihuelas de sonidos punteados, órgano y tambores. Todos estos adelantos se hundieron con la guerra. Salie- ron de sus territorios los valencianos, castellanos, andaluces, aragoneses y catalanes, perseguidos por su nacionalidad. Sin embargo, la caballería venezolana se había surtido de la ye- guada de los catalanes. Como ellos guardaban la frontera de la Guayana Inglesa, al quedar sin vigilantes, los ingleses adelantaron sus hitos fronterizos, llevándose una buena por- ción de territorio venezolano. Los conventos fueron expropia- dos... El P. Esteban de Adoáin quiso reconstituir las antiguas misiones con el mismo programa, pero fue expulsado en 1849. De las misiones de Fr. Francisco no quedaba nada, sólo ruinas. Los indios volvieron a la selva. El año 1894 el gobierno de Venezuela se dio cuenta y pidió misioneros. Se empezó por poco. Se quiso seguir en 1915, pero la guerra europea lo impidió. Finalmente en 1923 el P. Félix de Vegamián, re- presentante de la provincia capuchina de Castilla, aceptó reconstruir las antiguas misiones con ayuda del Gobierno de Caracas. E PEN
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