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debido al gran número de mosquitos, había misioneros que en lugar de afirmar que llevaban veinte o treinta años «de misión», decían veinte o treinta años «de mosquitos». También hace resaltar que las misiones de los jesuítas, expulsados por Carlos lll de España, fueron visitadas duran- te dieciocho años por los capuchinos. Hasta que el Consejo de Indias las entregó a los franciscanos. Señala el barón de Humboldt que en las misiones de la Compañía había escuelas donde se enseñaba la agricultura, y existía la ganadería en gran escala. Con la expulsión de los jesuítas, los comisarios regios mataron el ganado para ven- der las pieles, trasladando los caballos a otras regiones. Después de la ruina total, cuando ya los indios habían vuelto -a la selva, entregaron la misión a los franciscanos. Entre los franciscanos, admira el barón al P. Zea, que se adapta al país y encuentra excelente el pastel de hormi- gas, hecho de harina de yuca y bachachos ahumados. Nos habla el P. Ramón Bueno, que al medir la playa del río para la cosecha de huevos de tortuga que sirve de manteca para los guisos nativos, señala a cada uno su parcela en la arena, mientras anota en su cuaderno puntos interesantes de zonas fluviales, árboles y agricultura. También se extraña el pro- fesor de ver las casas de los indios hechas de mampostería y cubiertas con un tejado como las europeas. Este sistema de gobierno fue combatido por los comer- ciantes blancos, que acusaban a los misioneros de ser due- ños de terrenos inmensos y de explotar a los nativos. Cierta- mente que el trabajo era en común, pero también existía la pequeña propiedad privada en forma de parcelas. Había un almacén o cooperativa general donde se guardaban los pro- ductos, y cada uno disponía de ellos. Los misioneros tuvieron que reclamar muy pronto contra los gobernadores y caciques blancos, pues tenían que luchar contra los precios abusivos que éstos establecían para el comercio con los indios. Cada familia tenía sus bestias y otros bienes propios, de los cuales disponía libremente. Tejían hamacas, vendían cera, aceite de tortuga y sabían fabricar un específico para combatir las fiebres, que llamaban «amargo de Angostura». Para el transporte de los productos existían en cada mi- sión recuas de mulas y lanchas y piraguas para la navegación. Había plantaciones de café, plátanos, cacao, yuca y, final- mente, de algodón, para resolver la desnudez de los indios y evitar la subida de precios por la importación de telas. Cerca de la casa-misión había hornos de cal, teja y ladrillos. Al describir el atuendo de las tribus nos dice el cronista venezolano Martínez de Miranda que «los misioneros navarros vestían a sus indios como nunca se habían vestido. De ir desnudos y descalzos, habían pasado ellas a llevar zapatos, fundas de angarípola, camisas de Bretaña y platilla; y mu- chas lucían fundas de holandilla con sus tocas, para entrar al templo. Respectivamente los varones llevaban media y zapatos con calzón y chupa de buen género». El P. Nicolás de Vich informa que en la Guayana los ca- puchinos catalanes habían resuelto el problema de la ali- mentación por medio de la ganadería. La ocupación del indio era la guerra, la caza, y la pesca. La mujer se dedicaba a la agricultura. La labor del misionero fue la del benedictino con los pueblos germanos: cambiar su mentalidad al pro- ponerles la imagen de un Dios obrero. Los capuchinos catalanes, según informe del año 1773, habían logrado desarrollar un hato de ganado que llegaba a las 145.000 cabezas de ganado mayor y 2.728 de labranza. A ds

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