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sus preciados restos. Reposan en esa tierra venezolana a la que tanto amó. LA OBRA DE FRAY FRANCISCO El valor de una persona se conoce después de su muer- te. Y fueron grandes los elogios de sus hermanos de hábito, tanto de los que siempre aprobaron su actuación, como de los que le criticaron comparándolo al manso que lleva los toros al degolladero y él se vuelve a la pradera. La misión de Cumaná naufragaba en el Consejo de Indias, dividido en oposiciones contradictorias. Felipe |V, que podía haber salvado la situación, traicionó a su viejo amigo. Se había recibido la carta de fray Francisco, pero ya poco im- portaba; los padres abandonaban la misión, con lágrimas de los indios, el 11 de noviembre de 1652, llevando una carta elogiosa del gobernador. En septiembre de 1653 hallábanse los misioneros en Ma- mio apoyándose en el nuncio para reclamar al Consejo de Indias. Se consiguió de Felipe IV que volviera a interesarse en el asunto, concediendo permiso para una nueva expedición. Los aragoneses permanecieron en Cumaná; los andaluces tomaron a su cargo los Llanos de Caracas en 1676; los cata- lanes ocuparon en 1678 la Isla Trinidad y la Guayana; los valencianos se asentaron en Santa María en 1694; y en pleno siglo XVIII, la provincia capuchina de Navarra, la más joven de las españolas, tomaría a su cargo la misión de Maracaibo, con parte de la tribu salvaje de los motilones, después de haber cooperado con la provincia de Aragón. Uno de los grandes misioneros será el P. Carabantes. Las demás misiones fundadas por fray Francisco en la costa del mar Caribe, como las de Urabá y Darien, estaban expuestas a las invasiones corsarias. Patterson invadió el Darien en 1695 con mil doscientos colonos, que dejaron a poco el territorio a causa de lo mortífero del clima. La mi- sión fue abandonada. La misión del Istmo de Panamá también quedó abando- nada por los jesuítas en 1912. Volvieron capuchinos y agus- tinos, que igualmente se retiraron. En 1926 entraron los co- razonistas con un porvenir más halagieño y mejores pers- pectivas. El trabajo de los misioneros era reducir a pueblos las tribus errantes. Por eso a los pueblos se daba el nombre de reducciones. Esta fue, pues, la tarea de los cien primeros años. Pero hubo pueblo que añorando su vida nómada escapó de la misión durante tres meses, regresando al final, bravo y arisco. El barón de Humboldt, que recorrió las misiones capu- chinas de Venezuela, juntamente con las franciscanas, se sorprende de encontrar en la celda del superior, las obras de Feijóo, tratados de Química y Electricidad. Era el año 1799. Los libros, herramientas y mucha mercadería les lle- gaba por medio de la Real Compañía Guipuzcoana de Ca- racas. El profesor alemán se extraña de que siendo él luterano, los misioneros le traten de igual a igual, sin discusión alguna, hospedándole gratis y con toda caridad. Anota el sabio que, 5 2
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