BCCCAP00000000000000000001730

! A Le preguntaron una mañana cómo le iba en tan pobre catre, escaso de ropa, y replicó: —A peor va ha y 0 Mo desde la planta del pie hasta el último pelo de mi cabeza, todo es un vivo dolor, por lo que doy muchas gracias a Dios. Experimentaba el puro dolor de estar vivo. Padecía por su Dios y escuchaba el río de su dolor vuelto hermosura. Conoció que su vida estaba en riesgo, nos cuenta el ca- ballero de Santiago don Diego Radillo de Arce. Y entre los dos escribieron al cardenal de Toledo dándole cuenta del estado de la misión; al rey, para que se interesase y am- parase a los misioneros y a los indios. El Lígnum Crucis se lo dejaba al amigo Pedro de Ursúa. La fiebre iba en aumento. Y entre espasmos se le oía pronunciar los nombres de patria, amistad, etc. Don Diego le suplicó que reposara, que él escribiría las cartas. En llegando a La Guaira fue desembarcado y llevado a la hospedería de don Diego. Poco después llegaron de Caracas dos franciscanos que le administraron los auxilios espiritua- les. En un momento de lucidez le preguntaron si estaba re- signado a la voluntad de Dios, y respondió alegremente: —Yo, gracias a Dios, espero la muerte sin horrores; y saldré del vivir con el gozo que suele tener un niño cuando sale a jugar al trompo a la calle. Según la relación escrita por don Diego Radillo de Arce, a petición del P. Francisco de Puente la Reina, conservada en los archivos del conde de Guenduláin, pariente próximo de fray Francisco, la muerte tuvo lugar en la noche del 31 de agosto de 1651. Todos querían quedarse con los pocos objetos del santo hermano como preciadas reliquias. Su cuerpo fue depositado en una pequeña iglesia que hacía las veces de parroquia en La Guaira, mientras se hacían dos clases de salvas: la de la artillería de mar y tierra despidiendo a su antiguo general y la de los fieles que le aclamaban como santo. Sencillo, humilde y trabajador, fray Francisco es como la rama que se derrumba y muere sin conservar la huella de los frutos que ha producido. En 1676, el P. Francisco de Puente la Reina propuso el traslado de los restos, con per- miso de la Diputación de Navarra, de los superiores de la orden y del rey. Su plan era traerlos hasta Pasajes y de allí a Pamplona, pues no ignoraban que si lo traían por Sevilla podrían tener dificultades, ya que los sevillanos lo reveren- ciaban como a don Miguel de Mañara, autor del hospital de la Caridad. Los habitantes de La Guaira se enteraron del proyecto y se amotinaron impidiendo el traslado. Sobre la suerte que corrieron después los restos de fray Francisco hay dos versiones recogidas por el P. Anguiano. Según la primera, los capuchinos trajeron los restos en forma oculta y los sepultaron en Madrid en el convento de San Antonio del Prado, derruido más tarde para dar lugar a la plaza de las Cortes. Por la segunda los restos habían perma- necido en La Guaira hasta 1812, en que sobrevino un terre- moto que destruyó la ciudad. Desapareció la iglesia, y cuando en 1847, a ruegos del conde de Guenduláin, realizó investi- gaciones el P. Ramón de Murieta, amigo del P. Esteban de Adoáin, encontró el solar de la antigua iglesia de La Guaira convertido en plaza pública y nadie supo dar cuenta de la tumba de fray Francisco. Quiso pasar humillado e inadvertido en los últimos años de su vida y también lo es después de su muerte. Sóbre la plaza de La Guaira pasan hoy los camiones y coches rapidí- simos que enfilan la autopista de Caracas. Imposible dar con pe,

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz