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chados. Fray Francisco los había mirado, lavándolos y escar- dándolos en lo posible. Después vio que aquel rebaño era de millones y que por eso los escardadores debían ser ml- llares y recurrió a Roma. Era urgente el auxilio, pues los calvinistas holandeses merodeaban muy cerca y habían des- truido las cruces de piedra o «padraos»= con la inscripción «Hic est Portugal», signo con el que los portugueses toma- ban posesión de las tierras descubiertas. Comprendiendo la Santa Sede que, debido a la enemistad entre España y Portugal, este último país impediría la entrada de misioneros españoles en los territorios africanos, optó por entenderse directamente con Portugal para enviar misio- neros italianos, sin contar con Madrid para evitar sospechas, A los capuchinos españoles se les dieron facilidades para incorporarse a las misiones de América, tierras bien conoci- das de fray Francisco. Las misiones del Africa negra se mantuvieron por los ca- puchinos italianos hasta 1835. Las guerras napoleónicas y las revoluciones perturbaron el envío y reposición del personal. Les sucederían los misioneros belgas en ese mismo siglo XIX. Sin embargo, se alcanzó a realizar una segunda y tercera expedición, en que se fundaron escuelas, se trató de la for- mación del clero indígena y se fundó un instituto superior que se denominó Universidad. Lo que no agradaba a Redín de las expediciones africanas era que los capitanes de barco exigían por el viaje la com- pensación de conseguirse unas doscientas piezas de ébano (esclavos) que vendían después en otras regiones. Por eso no le fue difícil dejar el Africa y orientar su evangelización hacia América. EL LEJANO OESTE El hermano Redín tenía la convicción de que Dios le había confiado la misión de evangelizar a los infieles. Pero en Por- tugal se había extendido el rumor de que la misión del Con- go no era más que un tapujo para extender los dominios de España, y que Redín, disfrazado de capuchino, acaudillaba un ejército de 11.000 españoles para someter a aquellas regiones. Todavía se pasaba en Roma por la esclavitud de negros en favor de los armadores de barcos, como un mal menor para extender la fe. Pero en 1681 dos misioneros capuchinos empezaron en La Habana una campaña abolicionista que les hizo dar con sus huesos en la cárcel, al propio tiempo que hacían trabajar a los tribunales de Cuba, Madrid y Roma. Estaban muy lejos aún las ideas del siglo XIX. Fray Francisco se embarcó en Génova con la concesión de una misión en el Darién. Las misiones de América es- taban repartidas en cinco grupos: franciscanos, merceda- rios, agustinos, dominicos y jesuítas. Estos llegaron los últi- mos, pero con una organización eficiente. A los capuchinos tocóles el Darién. Era terreno de yaci- mientos de oro —secreto de Estado— y en las incursiones piratas los trabajadores, indios y negros, se unían a los in- vasores contra los españoles. A finales de 1647 partió la expedición de fray Francisco hacia América, llegando a Panamá en enero de 1648, y la verdad es que no hubiera tenido éxito sin la decidida ayuda so DE o

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