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tol en México y Filipinas, acompañante de Urdaneta y muerto en el mar (1533-1578). ANTOJOS DE AVENTURA Un día del mes de febrero de 1642 llegaban al convento: de Zaragoza seis capuchinos italianos. Venían tristes y acon- gojados. Diez meses antes habían pasado hacia Lisboa para ir a misionar al Congo, pero fueron detenidos y se les negó el permiso de embarque porque eran extranjeros, sospecho- sos además de adhesión al rey de España, de la que Portugal se había separado en 1640. Existían en aquella época los patronatos portugués, espa- ñol y francés. Los capuchinos habían llegado tarde a las mi- siones por ser fundación italiana, y los patronatos no admitían sino súbditos de su nación. Por eso fue necesario crear la Propaganda Fide, para que las misiones dependieran del Sumo Pontífice. De esta forma los italianos tendrían sitio en la evangelización. Pero entonces el Congo se consideraba posesión de la corona portuguesa y no había nada que hacer. Para colmo de desdichas había corrido la noticia de que los holandeses se habían apoderado del puerto de Luanda, capital de Angola. Fray Francisco tuvo largas conversaciones con el jefe de la expedición de los misioneros italianos P. Buenaventura de Alessano, a quien propuso formar una expedición de italianos y españoles, encargándose él de hablar al rey Felipe IV y a sus amigos de los galeones. Grande debió ser la extrañeza del P. Alessano al oír hablar con tal seguridad a un humilde hermano lego. Pero cuando éste le indicó los medios para llevar a cabo la empresa, cayó en la cuenta de que fray Fran- cisco era pieza fundamental en la proyectada expedición. Su petición para misionar llegó a la Propaganda y el P. Alessano la dio a conocer a monseñor Ingoli, secretario de misiones. Junto con la solicitud de fray Francisco llegó la del P. Miguel de Sessa, un ejemplar capuchino napolitano de la provincia de Aragón que había hecho causa común con los navarros y compartía con fray Francisco el deseo de irse lejos de allí. Quería acabar sus días en el martirio. Mientras se tramitaba el asunto en Roma, enfermó el Gran Maestre, que había sido nombrado capitán general de Galicia para amenazar por el flanco, con un ejército de diez mil hombres mal formados y peor retribuidos, la reciente independencia de Portugal. Fray Francisco, acompañado de fray Francisco de Tudela, acudió al lado del enfermo, que se hallaba en Molina de Aragón. El viaje fue penoso. Pasaron hambre y frío, pero fray Francisco pudo estar una temporada con su hermano, quien, apenas repuesto un poco, marchó a Galicia, «muy acabado, reducido a no poder dar un paso por sí solo, ni poder llevar a la boca por sus manos una escu- dilla de caldo», según lo describe el jesuita P. Lerma. En 1644 se pudo organizar la expedición misionera, con- tando con el apovo del rey Felipe IV, ya desembarazado del conde-duque de Olivares siguiendo los consejos de la monja de Agreda, que inducía al rey a gobernar por sí mismo y a abandonar sus devaneos, pues sólo como un castigo podía entender las revoluciones de Nápoles, Portugal, Flandes y Ca- is

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