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Redín estaba a punto de retirarse del Ejército, ya que la enemistad del conde-duque seguía acosándole, reteniendo el despecho de sus nombramientos. Las fuerzas de Navarra y Guipúzcoa no constituían un ejército regular, sino un con- glomerado de voluntarios que debían invadir el territorio de Labourd al mando del marqués de Valparaíso, virrey de Na- varra, que gozaba de muy pocas simpatías. Apenas había ar- mamento, escaseaban los víveres, pero el conde-duque afir- maba que ésta era su guerra y había que seguir adelante. Nuestras fuerzas llegaron a Behobia, Hendaya, Urrugne, Socoa, Ciboure y San Juan de Luz, mientras la escuadra de Alfonso Idiáquez apoyaba desde el mar. Hubo un encontronazo entre el marqués de Valparaiso y el barón de Bigiézal. Redín no quiso darle el tratamiento de Excelencia y el otro le negó el de Señoría. Al propio tiempo el primero exigía al marqués sobre el campo de guerra, un documento de su actuación. En realidad, gracias a Redín, las fuerzas españolas se mantuvieron en orden y se consiguió la rendición de Socoa. En cambio el virrey, del todo impopu- lar, había demostrado su impericia, no obstante lo cual, man- dó imprimir una relación de los hechos, redactada por Pedro Bastida, en la que sus hazañas venían a calificarse de por- tentosas. Muy pronto las tropas padecieron hambre, sobrevino la peste, y el marqués de Valparaíso fue sustituido por el na- politano marqués de Nochera. Las cortes de Navarra acusaron al de Valparaíso, quien, poco después fue metido en prisión cerca de Madrid. Pero Redín vio claro que la sombra vengativa del conde-duque de Olivares le perseguía implacablemente y trató de nuevo de refugiarse en el mar. Su hermano el Gran Prior apoyó su petición y fue nombrado general de la Primera Flota de Tierra firme, el 2 de abril de 1636. VENTURAS Y DESVENTURAS Apenas si citaremos la actuación diplomática del barón de Bigúézal en el pleito surgido en 1836 entre el obispo de Pamplona y el virrey marqués de Valparaíso, a causa de que el día del Corpus, en la catedral, fue incensado el obispo, vestido de pontifical, antes que el virrey. Este no pudo to- lerar tal preferencia y salió de la catedral e impuso al obispo una multa de mil ducados. ¡Por un poco de humo reñían nues- tros antepasados! El obispo contestó a la multa del virrey con la excomu- nión, y para librarse de su autoridad fijó su residencia en Sos, que pertenecía por aquellos años a la diócesis de Pam- plona en el reino de Aragón. Los diputados de Navarra en- viaron a Redín a que resolviera el pleito en la corte y el virrey recibió orden de levantar la multa al obispo. Pero se resistió a cumplimentarlo, intervino el nuncio y falló Roma en favor de aquél. El virrey tuvo que ceder y se le levantó la excomunión, pero este hecho constituyó uno de los facto- res de su impopularidad, que se acentuó con la fracasada expedición a Labourd. Pero lo que nos interesa de nuestro personaje es un hecho que motivó un brusco cambio en su vida aventurera. Por el mes de octubre de 1636 se hallaba Redín en Madrid. Desfila an”

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