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Hallábase el fornido pamplonés en lo más lozano de su juventud y, como todos sus camaradas de aquel tiempo, entendía que un soldado no sólo había de lograr conquistar con las armas. Que ya lo dijo Lope de Vega: ¿Qué doncella retirada de soldado está segura? Promete, enamora y jura, y después no cumple nada. TERROR DE LOS MARES Mandaba el navarro el navío Jesús María, de la escuadra de don Fadrique, que puso en fuga, cerca de las Islas Cana- rias, a ocho velas enemigas. Días después, sorprendian en la isla Nieves a diez navíos ingleses, de los cuales sólo dos consiguieron escapar. En lo más recio de la batalla, llegó Redín con su galeón, se sumó al combate y tanto se acercó a tierra, que su barco encalló en un banco de arena. Los ingleses le cañoneaban desde la orilla y la situación se hizo “difícil. Resistió Redín hasta que Antonio Oquendo le envió en su auxilio varias chalupas. Pero Redín se valió de ellas para realizar un desembarco fulminante. Con los refuerzos recibidos, almirante, capitán y soldados saltaron a tierra y rindieron a doscientos ingleses. Se intentó el asalto a la isla de San Cristóbal, en las Pequeñas Antillas, donde había un fuerte inglés y dos fran- ceses. Fadrique de Toledo fracasó la primera vez y enco- mendó al navarro la exploración del terreno. Redín, con sólo diez hombres, se introdujo en las defensas enemigas y abrió paso a las compañías que por la noche desembarcaron de las chalupas. En este combate nocturno murió el gobernador inglés, y su tropa, desmoralizada, se vio obligada a capitular. Los españoles hicieron 2.300 prisioneros, apoderándose, ade- más, de 129 cañones, 42 pedreros y 1.350 armas de fuego inglesas y 14 piezas de artillería francesas. Don Fadrique se mostró generoso con los vencidos, a quienes entregó siete navíos con provisiones, enviándoles a Inglaterra y a Francia con la obligación de abonar su valor, asegurado en rehenes. El 1 de agosto de 1630 estaba ya de vuelta la armada con el cargamento de plata de Indias. Redín volvió enfermo y maltrecho, obteniendo licencia del marqués de Villahermosa para ir a reponerse a Pamplona. Los ingleses y franceses libertados no sólo no cumplieron lo acordado, sino que apenas llegó la escuadra española a la Península, volvieron a ocupar la isla de San Cristóbal. La- rráspuru y Oquendo, en viajes sucesivos tuvieron que buscar rutas 'diversas para no tropezar con los navíos piratas. Las líneas de comunicación se reducían a una serie de canales entre las Grandes y Pequeñas Antillas que, ocupados por los salteadores, podían ocasionar el derrumbe económico de España, yendo a parar las barras de oro a Holanda, París o Londres. Se reforzó la armada con doce galeones, y el mismo rey Felipe IV, que había oído las hazañas del navarro, escribió a Larráspuru para que «Redín sea jefe de una nave y un galeón, en consideración a su experiencia y práctica en las cosas de la mar y de la guerra». Hacía tiempo que nuestro
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