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Antonio Oteiza Embil: persona y pensar artístico Qué se pretende Antonio es suficientemente conocido como escultor vasco de nuestros días. Sobre su trayectoria artística se han hecho hasta tesis doctorales. No voy a pretender más que una humilde aportación a resaltar sus dotes artísticas desde unas mínimos conocimientos de su persona y de su arte. Los religiosos capuchinos le conocemos por Oteiza. Desde el año 1926 en que naciera en San Sebastián, su personalidad es única. A lo largo de este artículo trataré de reflejarla, en cuanto pueda, aunque no es fácil tarea. Comienzo diciendo que es observador, de rostro un tanto inexpresivo (lo mismo que sus reacciones faciales). Como buen franciscano es amante de la sencillez. Es una persona atenta a las fuentes del arte actual (por ejemplo, la naturaleza herida). Admira la serenidad y paz de todas las criaturas que nos rodean. Teme la marginación de las minorías, incluso su extinción porque es una pérdida para todos. Enemigo de lo artificioso, une arte y naturaleza en busca de expresividad. Para él el arte sincero exige una búsqueda constante no sólo de formas sino de fuentes, sentidos, etc. Siente el arte como una comunicación espontánea, instantánea, gratificante y sencilla entre artista y observador. Antonio es polifacético en su haber cultural: desde la escritura (con un estilo propio, atrevido, desenfadado) hasta la pintura y la escultura. Oteiza se siente, no obstante, sobre todo escultor. Pero vamos a entrar en otro apartado (el central) en el que presentaré tanto los gustos estéticos de nuestros amigo como pinceladas ciertas de su personalidad. Nuevo Mundo Nº 204 15

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