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352 JESÚS-LUCAS RODRÍGUEZ GARCÍA Luego irían profesando los tres votos. A finales del siglo XIV y, sobre todo, en el siglo xv se dará un paso decisivo de la orden tercera secular a la or– den tercera regular. El trabajo de estas primeras comunidades de frailes y de monjas va a ser el atender a los peregrinos y a los enfermos. Eugenio IV, papa desde 1431 a 1447, da autorización a la tercera orden regular para emitir votos solemnes o perpetuos. Este papa erigirá la con– gregación general de la tercera orden regular hispánica con la bula "Ini– tium nobis" del 6 de febrero de 1443, aunque funcionaba como tal desde mucho antes. Aunque existían, como vemos desde mucho antes, la tercera orden re– gular no recibirá el reconocimiento canónico hasta el 20 de julio del447 mediante una bula de Nicolás V. Con este documento se quiere unificar las comunidades de frailes de la tercera orden regular extendidas por Italia en una congregación con sus capítulos generales y sus ministro general. En 1449, ante la reacción de las mismas agrupaciones que ven amenazada su autonomía, el mismo papa anula la bula. Cada una de las comunidades se ligaba a algunos objetivos concretos, aquellos que estuvieran marcados por el fin de la fundación. Un convento se dedicaba, por ejemplo, a la asistencia de los enfermos; otro a acoger a los peregrinos; otro a llevar una vida retirada de oración. Lo que nunca se olvidaba era el carácter penitencial de la orden regular. Tanto en la sección masculina como en la femenina el carisma fundamental será el de eremi– tismo y el de servicio caritativo. En 1521 el papa León X promulgaba una regla común para las comu– nidades de hombres y mujeres. Sabemos que anteriormente cada conven– to se regía por unos estatutos apropiados, singulares, aunque siempre de acuerdo con la identidad de la congregación. El nombre oficial de los franciscanos de la tercera orden será desde an– tiguo el de" Tercera orden de san Francisco de la penitencia". El nombre no oficial, el popular, será el de "terceros". A las religiosas se las llamaba "ter– ceras". Más molesto era el nombre que se le daba de "tercerones". Respecto a la clausura había flexibilidad de unos conventos a otros. Si en una fundación se hacía voto de clausura, se observaba rigurosamente. En las demás casas también era esta clausura bien acogida a condición de que no sufrieran menoscabo las obras externas de hospitalidad y de asis– tencia a los enfermos sostenida por la fraternidad. Hemos de recordar que durante siglos, las obras de caridad estuvieron servidas por la Iglesia. No había otros modos de asistencia. Uno de los puntos de conflicto qué más veces se dio fue el de la suje– ción en que quedaban los superiores de cada casa respecto a los ministros provinciales de la primera orden. La tercera orden regular de san Francis– co siempre luchó por su independencia y por vivir un carisma propio. En 1547 la congregación de regulares de España logra del papa Pablo III la

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