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EL CONVENTO FRANCISCANO DE SANTA MARÍA DE LA P1\Z 305 12. Lo que queda; algunas conclusiones. Al final, parece que se vendió por 5.000 pesetas. Pero estos son aspectos anecdóticos. señalados aquí por ser complementarios de una historia grande, que duró muchos siglos en el esplendor, en hontanar de caridad, en centro espiritual, en sabiduría franciscana hecha a base de gente santa en el anonimato de los acontecimientos que no quedan recogidos en libros. Sí este edificio estuviera en otras naciones, y no voy tan lejos, en otras de las regiones de España, se restauraría. Puede que lo declarasen de interés artístico nacional. Pero, en nuestra Castilla y León, todavía hemos de mentalizamos mucho más en la restauración de nuestro patrimonio cultural. Es más, podemos observar que las capitales acaparan los fondos destinados a la restauración. Sí, es lógico saber que allí hay más gente, que los pueblos de nuestra región han decaído mucho y ahora hay muchísimos menos habitantes que ant<ls, pero ya que no podemos recuperar cosas perdidas para siempre, intentemos guardar lo poco que nos queda, luchando por ello. Santa María de la Paz del Soto fue una institución que duró muchos siglos. Cuántas obras de caridad, de apostolado, de vida habrán emanado de su larga historia. ¿No merecería, al menos, la propina de salvar lo aprovechable de su edificio? Hoy día existen más posibilidades que antes para restaurar los edificios antiguos. Ya no hacen falta los bueyes para traer las piedras que desapare– cieron. Con los medios técnicos de nuestro tiempo, la decisión de personas amantes de nuestro patrimonio histórico-artístico, un poco de imaginación y algún espíritu emprendedor se pudieran llevar adelante muchos proyectos. Sí, puede también suceder que eso siga así, desmoronándose, cayendo en el olvido. En este caso, tendríamos que decir, fuera de todo sentimiento melancólico y romántico: ¡qué pena! Agradezco en esta conclusión el ánimo de muchas personas que me han ayudado a hacer este pequeño estudio: a gente de Villanueva de Campeán, pueblo donde pasé mi infancia y la mayor parte de mí juventud, a franciscanos de la tercera orden regular de san Francisco de san Francisco, a franciscanos menores de la primera orden, a capuchinos, familiares. De este convento de Santa María de la Paz del Soto, como hemos visto, no existen excesivos datos. No obstante, aún queda material para in– vestigar, para hacer una tesis en historia. Mi propósito ha sido modesto, pero mi esperanza de que éste, mi pequeño esfuerzo, sirva para algo, es grande. ¡Qué Nuestra Señora de la Paz del Soto nos bendiga!

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