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EL CONVE:>ITO FRANCISCANO l>E SANTA MARÍA DE LA l'AZ 301 robando unas obras y echando otras al fuego por inútiles, según decían; además de gran cantidad de artísticos edificios. algunas de cuyas ruinas todavía podemos contemplar hoy con pena y vergüenza. Por España había pasado Atila de la mano del gobierno de la nación» 87 . En el siglo XIX se dieron con frecuencia las llamadas «misiones populares». El convento de Santa María del Soto también contaba con un buen número de predicadores como ya hemos visto. La vida consagrada de los religiosos del convento tenía un ritmo exigente de rezos y oración. El apostolado era frecuente dentro del ritmo normal de la comunidad; una vez salían unos a predicar, y otra vez, turnándose, otros. El ritmo de vida conventual no quedaba roto por la ausencia de religiosos que atendían el culto, la oración. las labores domésticas, trabajos manuales dentro de la hacienda y, siempre en un lugar destacado, la acogida en la hospedería– hospital. Ya dijimos que el tránsito que ha tenido la cañada real, el camino jacobeo, que pasa por allí era enorme, inimaginable en la actualidad. Era un edificio lleno de vida; su próspera iglesia y su gran convento aún lo testifican hoy día, a pesar de que no son más que ruinas, todavía recuperables si se hiciera una inversión en él, aunque este momento urge para su salvación. Dentro de las misiones populares, destacaron en España los capuchinos y los franciscanos. Su carisma de cercanía al pueblo les hacía muy efectivos en ese apostolado. En los siglos XVlli y XIX estas misiones tuvieron gran éxito. L os resultados eran siempre espectaculares, por eso los gobernantes los utilizaron muchas veces con fines políticos. Las misiones populares fueron un activador religioso de primer orden. La voz de los misioneros estremecía a los pueblos. Tras la muerte del rey Femando VII en 1833, como estamos viendo, se suceden revoluciones que despojan a la Iglesia de sus bienes y de sus frailes. Esta doble pérdida produjo la caída del culto en las iglesias y el cese de las actividades pastorales ejercidas por las órdenes religiosas. Pero las formas de religiosidad no se pierden del todo (la Semana Santa, las procesiones del Corpus, las peregrinaciones). La fe que parecía enterrada en cenizas se avivaba al menor soplo. Los católicos se dieron cuenta de que tenían que buscar una religiosidad más profunda. Entre 1835 y 1840 son expulsados de sus conventos en tomo a 20.000 frailes (incluidos los monjes de clausura). La mayoría de los coristas y hermanos legos se reintegraron en la vida secular. Todos sufrieron grandes 87 Manuel de Caslro, .,f.,n provinciafra11n1ca11a de Santiago. Ocho siglos de hmoria• en LicM Frand,cmw, 106-108 ( 198]) 74-75.

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