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294 JESÚS-LUCAS RODRÍGUEZ GARCÍA franciscano, oían el toque de generala como si escucharan la campana de obediencia, y manejaban el fusil con el mismo fervor que el breviarios; o aquellos curas gueITilleros, como Jerónimo Merino o Manuel Santa Cruz, que personificaban la identidad de la «santa causa» con la defensa de la tradición. Acaso nadie tan exaltado y romántico como fray Antonio Marañón, «el trapense», caudillo del ejército de la fe, monje y soldado, que en sus arengas militares utiliza citas de la Biblia y consejos ascéticos, que alienta a sus seguidores con el premio de la eterna bienaventuranza y amenaza a sus enemigos con los castigos infernales. Figuras románticas todas ellas, irracionales y explosivas, suscitadoras de entusiasmos o de odios, pero, en cualquier caso, típicas de un pueblo donde la religión era sentida de forma intensa y primaria» 76 . Sí, escenas de éstas se dieron, pero no fueron las normales. Los religio– sos vivieron con fervor su vocación y con dolor el despojo de sus conventos, la destrucción de su patrimonio artístico y espiritual, la quema o el robo de sus bibliotecas, etc. Es cierto que en siglo XIX la vivencia de lo religioso gana en intensidad lo que había perdido en extensión. El sentimiento religioso se exaltará espontáneamente. La gente del siglo XIX vibra ante las ideas y las experien– cias religiosas con más intensidad que en épocas pasadas. El sustrato cristiano del pueblo invade su vida, su recuerdo, su alma. El siglo XIX, siglo del romanticismo, es una época de contrastes. La vida espiritual se vive de forma individualista. La admiración por los anacoretas solitarios, los ermitaños, contrasta con la incomprensión hacia los monjes y frailes que vi ven en comunidad. Es la edad de oro de los devocio– narios, que rezuman afectos de ternura. «Los visitantes de los monasterios abandonados o destruidos escriben comentarios melancólicos. Los claustros solitarios, los sepulcros destruidos, los altares aITUinados les parecen -a los románticos del siglo XIX- ultrajes cometidos contra la religión y la cultura, porque leen en aquellas bellezas maltratadas una página elocuente del saber, las virtudes y hazañas de nuestros antepasados, el orgullo de la patria y la gloria de su cielo» 77 . Un misionero franciscano, el P. Tiburcio Arribas, escribía en 1871 un libro alarmista titulado: «El misterio de iniquidad», y estaba dedicado a los jóvenes, «para su desengaño y preparación a los 76 Manuel Revuella González, «Religi6n y }ormas de religiosidad» en Historia de Espal1a (Ramón Me11é11de: Pida/), XXXV. La época del ro111a111icis1110 ( 1808-1874), Madrid 1989, 219. 77 Manuel Revuelta González. ibídem. 226-227.

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