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EL P. JOSÉ ANTONIO DE DONOSTIA (1886-1986) con mayor extensión destacan La música en la Casa de Alba, de J. Subirá; el 22, Joaquín Nin pianista y compositor; el 34, Introducción a la Paleografía, del P. Suñol; el 42, Hommage a Ravel; el 56, Cancionero de la Provincia de Santander de S. Córdova y Oña; el 71, Adiós al P. Tomás de Elduayen y el 73, Quinto Congreso de Música Sagrada. Como conclusión de estos tres tomos de las Obras Completas, podemos afirmar que, aparte el conocimiento que nos dan de la personalidad del P. Donostia y de sus investigaciones, son una fuente indispensable para el cono- cimiento musical de la primera mitad de nuestro siglo, tanto en lo que atañe a los folkloristas como a los compositores. Son investigación y son historia al mismo tiempo. II. EL P. DONOSTIA, GREGORIANISTA Antes de abordar el contenido de los volúmenes de música, es preciso hablar del P. Donostia Gregorianista, porque un elevado número de sus obras sería difícil poderlas comprender e interpretar, desconociendo la im- portancia substancial que el canto gregoriano tuvo en la vida y obra de nuestro músico. Aparte de la formación gregoriana que pudo tener en su convento de Lecároz, completó sus conocimientos el verano de 1909 en la Abadía Benedictina de Silos, donde conoció al P. Casiano Rojo, y el verano de 1915 en Besalú, donde hizo gran amistad con Dom Mauro Sablaiyrolles. Más tarde trabó amistad en la Abadía de Solesmes con Dom Mocquereau y otros monjes músicos de dicha Abadía. Esto en sí no tendría mayor impor- tancia, pues fueron muchos los sacerdotes y religiosos que, como consecuen- cia del Motu Proprio de Pío X, estudiaron el canto gregoriano. Pero el P. Donostia no fue uno de tantos gregorianistas; fue un músico que sentía hondamente en su interior la profunda religiosidad de este canto y al mismo tiempo un apóstol que aprovechaba todas las ocasiones para que el pueblo participase en este canto. Por ello, cuando a fines de 1918 pasa una larga temporada en Madrid con el principal objeto de conocer el ambiente musical de la capital de España, asistir a los grandes conciertos y conocer a los famosos intérpretes, no se olvida de su condición de religioso y es el encarga- do de un Curso de liturgia y canto gregoriano organizado por la Acción Católica de Madrid, y, para que la enseñanza no fuera sólo teórica, sino también práctica, formó un coro de señoritas, entre las discípulas, a quienes educaba en el canto y hacía actuar en las parroquias. En su artículo Solesmes (III, 15) describe su impresión al visitar el monasterio y escuchar el canto de sus monjes. El P. Donostia quedó extasiado e inmerso en aquel clima de religiosidad producido por el canto gregoriano y termina su artículo con estas palabras: «Lector amigo, si vas a París y dispones de un par de días de libertad, toma el tren y llégate hasta Solesmes». Y en A propos du «Nombre musical gregorien» de DomMocquereau et de la Chanson Populaire espagno- le et americaine (I, 20) escribe: «Las teorías solesmenses hanme hecho com- prender ciertos caracteres de la canción popular; ésta, a su vez, me ayuda a comprender las teorías solesmenses». Lo mismo pensaba el máximo etnólogo musical argentino Carlos Vega, quien interpretaba la monodia medieval me- diante su estudio comparativo con la canción popular. En Flores apparuerunt in terra nostra (III, 16) describe el impresionante caso de una «iglesuela de aldea» con pocas casas, pero con un sacerdote que ha transformado a sus [9] 673

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