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MIGUEL QUEROL GAVALDÁ tas melodías y que «gran parte de mi colección se ha nutrido en Baztán» (Tomo I, Prólogo, pág. XI). Con razón pues escribe el P. Riezu: «Pero la mina de donde extrajo los materiales de sus amenísimas charlas y conferen- cias fue principalmente Navarra, «la más rica poseedora de folklore vasco» en frase de D. Resurrección María de Azkue. «De un largo millar de canciones anotadas hasta el año 1920, el sesenta y seis por ciento proceden de labios navarros» (Ibídem, pág. XII). Y continúa el P. Riezu: «Prosigue por bordas y aldehuelas su aventura el caballero enamorado de la canción popular, en Baztán comenzada y allí mismo acabada poco antes de apagarse la luz de sus ojos» . Con razón al leer sus obras, me llamó la atención las numerosas veces que el nombre de Baztán aparece en su pluma. Haciendo una corta digresión del tema folklórico, quiero decirles que la descripción que hace de una gran inundación en Baztán me reveló, como ningún otro artículo, las dotes de gran escritor que poseía el P. Donostia. Su talento para pintar con palabras los bellos y a veces recónditos paisajes de la tierra vasca es digno de un escritor de primera clase. El P. Donostia hubiera podido perfectamente ganarse la vida y alcanzar fama como periodista y como relator de viajes y excursiones. En todos sus artículos, sean cortos, medianos o largos consigue siempre la meta de mostrar con claridad el meollo del tema o cuestión de que trata. Como comprobación de su talento como escritor recomiendo especialmente los artículos Baztán. Gran inundación (III, 1), donde describe con tal realismo la inundación y sus efectos que parecen las inundaciones más recientes del país vasco que todos vimos por la televisión. En Almas escondidas (I, 11) hace un impresionante relato de la simplicidad y anonimato en que muere un buen cristiano en un escondido pueblecito vasco. En Actriz y penitente (III, 11) hace el vivo retrato de una actriz de vida ligera que se convierte en una verdadera santa. En Oasis de amor (III, 12) hace una descripción digna de los grandes escritores de la época, en torno a la iglesia de San Sulpicio de París y del espíritu de oración y de paz que se respira en su interior al atardecer. En Una flor escocesa (III, 14) nos pinta el retrato de una santa joven de Escocia, cómo vivía dentro del ambiente obrero de nuestros días, de las tentaciones vencidas y de su vida austera que terminó a los 25 años de edad. En Cruzada de flores (III, 9) artículo que hubiera podido titular «París por dentro» descri- be las realidades y vida espiritual existentes en París, frente a las descripciones puramente mundanas e inmorales que tantos turistas superficiales hacen de París. Este mismo tema lo trata en Impresiones de París (III, 36) que culmina con esta cita de De civitate Dei de San Agustín: «Edificaron esta ciudad dos amores: el amor de sí propio, que llega hasta el desprecio de Dios, fundó la ciudad terrenal; la celestial, el amor de Dios que llega hasta el menosprecio propio». Su sensibilidad poético-vascuence le dicta un artículo sobre Cómo silba el vasco (I, 35) donde escribe: «¡Cuántas veces he interrumpido mi trabajo para asomarme a la ventana de mi celda y escuchar al boyero que, sin prisas ni retrasos, iba silbando delante de sus bueyes! Y ¡cuántas se me fija en el corazón la idea de que existe un estilo vasco personal en el modo de cantar, de silbar una melodía vasca!». Son muchos los artículos en que se trasluce la intuición artística del P. Donostia para descubrir la más fina poesía en la realidad de las cosas cotidianas. Por esto sin duda fue folklorista, porque vivía la poesía de sus canciones y del ambiente que las creó. Dejando esta digresión literaria y volviendo al folklorista, veamos su 668 [4]
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