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MIGUEL QUEROL GAVALDÁ música para órgano apareció por primera vez su nombre en letras de molde». Entre 1907 y 1912 escribió una decena de piezas a las que el propio composi- tor denominó Álbumpara órgano. Son diez piezas para la entonces habitual intervención del órgano en distintos momentos de la misa, por ejemplo, Entrada, Ofertorio, Elevación, Salida, actuando además el órgano, de relleno, en otros momentos vacíos de música vocal, en los que se tocaban piezas como Plegaria y Meditación. Escrito al estilo de las obras de L. Boëllman o las 44 petites piéces pour orgue ou harmonium y L'Organiste, 59 pièces pour Har- monium de César Franck, son obras muy agradables que cumplen con su función, pero no son precisamente exponentes de su personalidad. Su expre- sión desde el punto de vista religioso son un tanto sentimentales y desligadas de la acción y espíritu litúrgicos. Una tal música no podía satisfacer el pro- fundo sentido religioso del P. Donostia que no concibe una música religiosa que no esté influida por el canto gregoriano hasta el punto de afirmar que ni las obras de Bach ni de César Franck son aptas para los oficios litúrgicos, porque no están inspiradas en el gregoriano. Esto explica que, aunque ejercie- ra de organista, sufriese una crisis como compositor de música para órgano que le mantuvo inactivo, durante 30 años, en la producción de música orgáni- ca. «Y fue en los seis años de permanencia en Francia (1936-1943), escribe el P. Riezu, cuando a nuestro músico le renació el deseo de confiar al órgano la intimidad de su alma.» Fue sobre todo al conocer la obra y la persona de Charles Tournemire, sucesor de César Franck en la iglesia parisiense de Santa Clotilde, cuando vio con claridad el camino a seguir para componer música de órgano arraigada en la liturgia y encarnando un auténtico sentimiento cristiano. Con gran entusiasmo escribe: «Era de esperar la aparición de una gran obra que aprovechara los recursos del arte que nos legaron los maestros antiguos, se inspirara en el sentimiento religioso, no vago, sino preciso y concreto y bebiera de la fuente de toda música religiosa, que es el canto gregoriano. ¡Ya está a la vista! Su nombre L' orgue mystique; constará de 51 cuadernos según las fiestas y domingos del año. Su autor, Charles Tournemi- re, organista de Santa Clotilde de París». Escribió el P. Donostia una elogiosa recensión crítica de la obra de Tournemire en la revista Etudes franciscaines y el gran organista francés quedó tan admirado de la comprensión de su obra por parte del P. Donostia que en carta del 10-XII-1931 le dice: «Acabo de recibir su admirable y penetrante estudio sobre L' Orgue mystique, el más bello y extraordinario que se ha escrito». Y un poco más adelante añade: «Vea Vd. cómo hace Dios las cosas: en el momento de recibir su obra magistral, terminaba yo el oficio que le dedico, el XVIII después de Pente- costés». En efecto el n.° 45 de L' Orgue Mystique trae esta dedicatoria: A mon ami le Pere José Antonio de Donostia. (Cf. el Prólogo a este tomo del P. Riezu). Encuentro lógica la reacción del P. Donostia ante tal música. Yo mismo tuve la felicidad de conocer la obra completa del gran organista fran- cés, gracias a mi maestro de armonía el P. dom Ildefonso Pinell, organista primero del Monasterio de Montserrat que tocaba todos los cuadernos de L'Orgue mystiquea medida que iban saliendo, y no contento con esto, invitó a su autor a que visitara el Monasterio. Aceptó la invitación y todos los que estábamos en Montserrat pudimos oír las geniales improvisaciones de Tour- nemire durante la misa conventual. A partir del contacto con la obra del organista francés, el P. Donostia concibe la idea de escribir también una serie de cuadernos inspirados en la música gregoriana. Su título general sería Itine- 684 [20]

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