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MIGUEL QUERQL GAVALDÁ para el órgano. Acaba el volumen con la Missa pro Defunctis, cuyas particula- ridades y excelencias fueron observadas al final del apartado «El P. Donostia gregorianista». Los tomos VI-IX contienen su producción de la comúnmente llamada música profana en las lenguas latinas, mundana en alemán y seglar (secular) en inglés, pero que a mi entender deberían llamarse con más propiedad y rigor música humana; porque, si la música religiosa es un camino cuyo fin trascendental es Dios, la humana tiene por objeto y fin al mismo hombre, proporcionándole entretenimiento, espiritual placer, alegría, salud psicológi- ca y a veces incluso corporal, de donde la ciencia moderna llamada Músicote- rapia. En la música humana el tema más importante es sin duda el amor. Ha- blando el P. Donostia de las «Canciones amorosas del país vasco» (III, 2) escribe: «Son delicadas canciones del alma de la raza, el lenguaje en que nuestros abuelos cantaron los dos amores: el celestial y el terreno». Los amores cantados por el P. Donostia presentan tres temas principales: el amor de la madre por sus hijos, encarnado en las canciones de cuna, el amor de hombre y mujer y el amor a la naturaleza. Es notable el número de canciones de cuna a las que el P. Donostia puso acompañamiento, 34 en total, de las que el tomo XIII Itsasoetan contiene 16. Un estudio comparativo de estas cancio- nes de cuna vascas con las «nanas» andaluzas y murcianas y las «Cançons de bressol» de Cataluña, Valencia y Mallorca nos daría un resultado sorpren- dente y altamente ilustrativo de las diferentes nacionalidades existentes en España, pues aunque el amor de madre en su esencia es igual en todas las madres, pueden, no obstante, a través de la canción, apreciarse importantes diferencias en su expresión. Las canciones de hombre y mujer son líricas y sin contenido erótico, por lo menos, en las que el P. Donostia seleccionó. En cuanto a las canciones que cantan la naturaleza creo que son más abundantes en el país vasco que en ninguna otra región española. Tomo VI. Lili eder bat Contiene 54 canciones. De las 43 melodías tomadas del Cancionero de Salaberry (números 1-43 de este volumen) las 30 primeras son para canto y piano, excepto la 19 que es para voz, quinteto de cuerda y piano; 27 de ellas llevan en la mano derecha del piano la misma melodía que se canta. Hago esta observación, porque teniendo en cuenta que siendo ahora su acompañamien- to rigurosa y ricamente pianístico, creo que estas 27 piezas podrían muy bien ejecutarse con éxito en el piano solo, como auténticas romanzas sin palabras. Sugiero esta idea a los profesores de piano de los Conservatorios, a los concertistas de piano y a todos aquéllos que tocan este instrumento en su casa por el solo placer de la música. Son composiciones muy poéticas que uno puede disfrutar sin la necesidad de disponer de un cantante. Los números 31-43 son trece melodías vascas armonizadas para varias voces a cappella. Las canciones 45-53, totalmente originales, compuestas sobre poesías del di- bujante, poeta y compositor Apeles Mestres, son auténticos e inspirados «Lieder». El «Lied» fue muy practicado por los compositores catalanes de la primera mitad de este siglo. Lo más asombroso en el caso del P. Donostia, aparte de su inspiración, es la perfección con que trata la prosodia catalana y 680 [16 ]

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