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MIGUEL QUEROL GAVALDÁ fieles en el fervor practicante de la liturgia cantada a la altura artística de un monasterio». Es admirable el entusiasmo con que lo cuenta el P. Donostia. Es un poeta escribiendo en prosa. En Impresiones laburdinas (III, 39) escribe: «No hay emoción semejante a la de ver apiñadas en la iglesia parroquial a 2.000 personas que cantan vísperas gregorianas». Su artículo A propos de musique religieuse (I, 29) es indispensable para explicar su producción orga- nística. En Música gregoriana y educación espiritual (I, 28) exalta el poder del canto gregoriano para producir un ambiente espiritual en el alma. En Teatro religioso y Canto Gregoriano (III, 21) alaba una vez más el método de Justine Ward y aduce las alabanzas de Dom Mocquereau y del Papa Pío X acerca de dicho método. En Una misa dialogada (III, 43) describe la pequeña iglesia del convento de las Hijas de la Unión Apostólica de Irún, derivando después al goce espiritual de la ejemplar misa dialogada y litúrgica organizada por dicha comunidad. El artículo Cruzada litúrgica (III, 57) es la crónica de un día litúrgico con Vísperas, Completas, Oficio y Misa, todo en gregoriano bien cantado el 12-IX-1935 en Tolosa. En la citada Reseña en la muerte de Charles Bordes (III, I) escribe: «En especial en el género religioso tenemos los vascos un repertorio riquísimo y que dice muy bien junto al gregoriano, pues es hermano suyo». Su amor al canto gregoriano trasciende en su producción musical por el gran número de melodías gregorianas con su personal acompañamiento para órgano o armonio. Su gregorianismo culmina en su Misa de Difuntos. F. Guerrero en su Líber Vesperarum (Roma, 1584) adelantándose al Motu Pro- prio de Pío X, propone como modelo de música religiosa el canto gregoriano y escribe: «Los santísimos prelados (traduzco del latín) de nuestra santa religión... establecieron el cantar severo y piadoso con leyes prudentísimas, las cuales, relegada lejos de la Iglesia la molicie de aquellos cantos que co- rrompen la pureza y majestad de las funciones sagradas, cuidarán que se aplique a los divinos oficios un cierto género de música más grave y severo, el cual como no se aparte del canto gregoriano, así tampoco no degenerar á en inflexiones lascivas y en vociferaciones sin sentido». Pues bien, yo como músico y musicólogo afirmo que ningún polifonista del siglo de oro, in- cluyendo a C. Morales, al propio F. Guerrero y Victoria, jamás escribió una Misa de Requiem tan ceñida y sujeta al canto gregoriano como la del P. Donostia. Los polifonistas utilizan el canto gregoriano y lo glosan en su particular estilo, que al mismo tiempo es el común de su época, aunque lleven el sello de su genial personalidad. Pero la Misa de Difuntos del P. Donostia es la misma misa gregoriana a la que se suman tres voces más que la imitan, incluyendo obligatoriamente el órgano que ayuda a crear el sentimiento de paz del alma creyente que deja el mundo. Toda la Misa es un tejido gregoria- no-polifónico. Es tan religiosa y sujeta al Oficio de difuntos gregoriano que no puede cantarse fuera de la iglesia, sin perder el cincuenta por ciento de su profundo sentimiento religioso. Para comprenderla y sentirla plenamente, a mi juicio, debería cantarse siempre en la iglesia y, a ser posible, en unos oficios funerales. En los cinco primeros Tomos destinados a su música hay 85 melodías gregorianas con acompañamiento del P. Donostia. En fin, su grego- rianismo llega al extremo de componer él mismo una serie de piezas en canto gregoriano inventado por él, como veremos al hablar del contenido de los XII tomos de sus composiciones. (Ejemplo de gregoriano original del P. Donostia, «O sacrum Cor Jesu», Tomo III, n.° 24). 674 [10]

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