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Eo ELLA. .. ciudad princesa medieval, corazón de carmín con estrella y cade- nas de oro, nacida entre los viejos muros de Lizarra... Que te rodeas con el alegre ceñidor del Ega-Urederra, el de las fresquísimas aguas cantantes, plata, azul, esmeralda. De entre los grandes árboles de los llanos bajo Arieta, entrañas de yeso, saltan los chicos, zambulléndose en la claridad sonora del patrio raudal, como gritantes peces rosa. Que en el regazo de las sierras vasconas—Lokiz, Urbasa, Andía, Eskinza, valladares de gloria inexpugnable—duermes la canción de cuna de los siglos, Que en la pureza de tu atmósfera sientes jubilar la danza sonante de cien campanas, volteando en la excelsitud desmochada (¡ay!) de tus torres vestidas de epopeya. ; Que en tus rúas prestigiosas de antiguos palacios—ante los dulces santos tutelares, sobre el disco de oro del aceite flota al airecillo de la calle la lucecita votiva—exhalas aromas de lagar sanguinolento, de ca- riciante óleo, de frutas miel, de harina pingúe, de pardusco tanino. Que alrededor de fuentes cantadoras—el pequeño león de piedra con su escudo preside el ubérrimo fluir de los rezadores chorros—ex- citas la límpida risa de las muchachas, alegre visión de canéforas des- aparecidas. , Estella... rico joyero de arte. Sobre la firmeza grisácea de ingentes rocas, alzan su floración pétrea tus templos de maravilla. Los mazo- neros del Rey de Navarra, Sancho el Sabio, vertían sobre la virgini- dad de las piedras toda la radiosa teofanía de su cándida fe. ¡ Amable siglo x11! Esteilla... caliente hospedería del rumeu compostelano. Entre los claustros de San Pledro, arcada de ensueño, el misterioso claror de nocturnas lucecillas descubrió los despojos del obispo de Pátras. Como enorme piedra preciosa en su pecho fulgía la sagrada espaldilla del santo Apóstol Andrés, el ígneo invocador de la divina cruz. Ante la reliquia del dulce Patrono, fanal de plata, le hediondez de la peste se trueca en fragancia de alegría; el río desbordado deshincha sus mu- gientes olas. Estella... santuario mariano; sobre su frente—las palmas argen- tadas de los olivos acarician el fúlgido verdor de los viñedos—Sancta María del Puy (¡Madre de mi alma), inmaculada gema, brilla con la pureza de una mañana eterna, felicidad segura de sus hijos, ¡Sancta María de Rocamador!; nido seráfico bajo los olorosos pe- ñascos de té, espliego y tomillo, oo ¡Sancta María jus Castillo! Sobre la roca increíble, cementerio de alcázares bárbaramente derrumbados, tiende sus brazos de paz y di- vina esperanza la gigante cruz del ferrón. E ¡Sancta María de Irache! Por el templo abacial la monástica teoría de negras cogullas progrede conducida santamente por las pisadas de oro del báculo de San Veremundo. De las heroicas barrancadas sube un vaho de gloria, coronando las crestas de Montejurra, enorme pirá- mide verdeazulada valladando el horizonte sur. Estella... corazón de carmín con estrella y cadenas de oro; me- dieval princesa, embriagada de flores, arrullada por las aguas, henchida de campaneos de gloria, saturada de canciones de alegría... BAILE DE LA ERA Es el Baile de la era una danza popular del viejo Reino de Nava- rra, que se viene bailando desde antiguo, particularmente en la zona media, al son de la gaita y el tambor. La última vez que se bailó fué en la ciudad de Estella, en la visita que le hizo el Rey de España el año 1903. 3 Se le puede llamar por antonomasia danza de Estella porque sus famosísimos gaiteros, verdaderos artistas de su popular instrumento, son los que la han conservado y la siguen tocando en las fiestas de la ciudad; y porque la completisima versión que publico sólo en Estella se toca. Antes de describirla, quiero hacer un homenaje a la memoria de Julián Romano, el gaitero “pico de ángel”, a quien el arte patrio le es grandemente deudor por haber hecho la primera transcripción. Tal Ñ - media docena de gaitas en construcción. vez habría desaparecido tan interesante música, si él no la hubiera con- servado, escrito y transmitido de viva voz a su hijo Demetrio y a su sobrino Anselmo de Elizaga. Los tres hijos de este último, Moisés, Edilberto y Fermín, cuyo arte fino corre parejas con su simpatía personal, que es mucha, tuvie- ron la amabilidad de tocármela por entero, un atardecer de junio del pasado verano de 1929. Aun conservo en el alma el rescoldo de aquella emoción. Por las cuestas entomilladas del Belviste subían las primeras som- bras de la noche de San Juan, el de las guindaleras bermejas y flores estallantes. En una habitación limpísima, suelo de ladrillo cuyo encerado rojo brillaba como la piel de un toro de Urbasa, paredes de blancura recor- tada por los chillones colores de cuadros santos, techo de azules ma- deros, saltó de improviso el surtidor gemelo y alborotado de las gaitas. Sobrecogido al principio por el jubilante estridor—montañícola casi toda mi vida, tengo en el oído el dulce sonar del txistu, la sua- vísima flauta euskalduna—, pronto empecé a sentir la vibración acari- ciante de unas fibras emocionales, que habían estado dormidas desde mi niñez. Con la vista perdida a través de la pequeña ventana—en el cielo semiobscuro, la torre de Lizarra parecía bailar como un gigantón eclesiástico—, escuché con absorta mudez la deliciosa agrura de las gaitas... ' Al bajar las escaleras de grueso barandado negro, mi hermano Ramón de Olazarán, Presbítero, que me acompañaba, dijo: “No tienes perdón, si antes que las danzas vascas de la Montaña navarra, no pu- blicas las de tu ciudad natal.” E A él debo el impulso para haberlas hecho, y el poder ahora pu- blicarlas. ; j LA GAITA Y SU MÚSICA - Es la gaita, vieja donzaina, un instrumento popular de la familia del oboe, pero de más primitiva rudeza; su embocadura de doble len- gúeta de caña comunica la vibración al tubo sonoro, que, desprovisto de llaves, gradúa los sonidos mediante sencillos orificios, La construyen los mismos gaiteros. Los Elizaga me mostraron , Tiene unas dos octavas de extensión; del fa sostenido sobre la primera línea del pentagrama hasta el mii de tres líneas supletorias sobre el mismo. ; Su timbre es chillón y algo estridente, muy a propósito para domi- nar el alboroto de los danzantes. Los que la tocan bien, saben producir un sonido especialmente sen- timental con un vibrato de mucha emoción. Los labios inhábiles insu- flan unas hórridas desafinaciones. (Conocí 'a un buen txistulari baztanés, que le entró la manía de tocar la gaita, abandonando la flauta vasca, en la que era maestro. Durante algunos domingos, desde un montecillo del colegio de Lecá- roz, sufría yo la tortura de oír una especie de berridos desafinadísi- mos, como de dos criaturas que lloraran una melodía ridícula. ¡Me acordaba de los gaiteros de Estella, tan diestros y poseedores de la buena tradición de la gaita! Además, como este instrumento, ardiente y bello cantador de paisajes bravíos y borrachos de luz, no rima con la suavidad esmeralda de los valles pirenaicos, aquellos sones desafinados y desacostumbrados resaltaban en el ambiente de Baztán como el croar de exóticas aves.) La música creada por la gaita es abundante; pero desgraciada- mente las viejas melodías van siendo substituídas por otras vulgarí- simas y sin interés artístico. Para esta publicación me he servido de dos versiones, que concuer- dan casi en absoluto y se completan mutuamente. La que me prestó generosamente la señora viuda de Julián Romano, y la que los her- manos Elizaga presentaron al concurso de música popular navarra, y que fué premiada por el Ayutamiento de Pamplona, en 1927. Son melodías de gaita, que sin cambiar una nota, salvo las peque-

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