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INTRODUCCIÓN lo ha de hacer y con que debe manejarse en ]a actual guerra contra el impío partido de la infiel, sediciosa y regicida· Asamblea de la f rancia (véa– se número 66 y la larga anotación que allí ponemos), que viene a ser el mejor código religioso-militar y que, si no• produjo entonces los efectos ape– tecidos, los produjo años más tarde, durante la guerra de la Independencia. Porque, si Napoleón escribía en Santa Elena: «La . desgraciada gue]'.ra de España es la que me ha derribadOJ>, debemos tener en cuenta que la palabra hablada de fray Diego durante ··treinta años de misiones, y en parte también su palabra escrita, fué la que conservó la fe de nuestro pueblo, la que puso vallas a la «Ilustración» en su afán de descristianizar a España y la que, por consiguiente, hizo posible nuestra heroica resistencia y nuestra inconce, bible victoria contra las huestes napoleónicas, tan poco aprovechada después p9r reyes y políticos. En fas numerosas alocuciones a las Maestranzas, Ayun, tamientos, Sociedades de Amigos del País;, en el libro que dirigió al Ayun– tamiento de Córdoba, titulado Obligaciones del magistrado político (núme, ro 77); •en las Cartas sobre comedias (números 102 y 125); en el sermón a la Maestranza de Valencia, que tituló Idea de un caballero cristiano (nú– meros 65 y 87), y siempre que tiene ocasión de tratar en sus obras de temas relacionados con asuntos nacionales o con instituciones políticas, y hasta cuando resuelve en sus cartas casos de conciencia que atañen a lo que hoy llamamos «estraperlo», se advierte siempre su noble y santo esfuerzo por dirigirlo todo al bienestar común y por mantener a su patria en la altura histórica de los· siglos anteriores para bien de las almas y gloria de Dios. De los textos y libros que acabamos de citar y, en general, del examen de las obras en que fray Diego t1,1vo que tocar temas patrióticos o políticos --obras que son siempre, recordémoslo, eco de su predicación-, se deduce claramente que, mientras nuestros políticos de entonces miraban a Europa, y particularmente a Francia antes de la Revolución, nuestro apóstol sólo miraba a España, pero nunca por sí misma, sino para 'llevarla por Dios hacia Dios:. c) La guerra que fray Diego deélaró en su corazón en _n69 (véase arri, ba, página XXI) centra los (<ilustrados)), los «libertinos)), los «filósofos)) -co– mo entonces se llamaba a los sembradores de .las nu~vas ideas-- y, en ge, neral contra los intelectuales y políticos que las abrazaban y las difundían, la mantuvo con los hechos y a pecho descubierto durante los treinta. años de su actividad apostólica, y a la impugnación de tales ideas dedicó también no pocas páginas de sus escritos. Ya hemos visto lo que nuestro apóstol escribió con motivo de su dis, curso ante la Universidad de Granada, en 1779 (páginas XII-XIII). Por aquellas XXVI

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