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I N T R o D u e e I ó .N . los sent1m1entos de la, religión y de la moral» (DP 564); y no se cansalá jamás de repetirle: «Dios quiere contigo remediar las necesidades espirituales de España)) (DP 585). En consecuencia, la posición doctrinal y política de fray Diego -aunque mal podemos calificar de política una actuación que sólo fué santamente apostólica- entre la España tradicional que se derrumba y la España re– volucionaria que pronto va a nacer, es la de dirigirse a lo sustancial y eterno y_ a lo auténticamente nacional; la de ponerse al servicio de la fe y de la patria, y presentar la batalla a la «Ilustración» en todos los terrenos; la de evitar, si le fuera posible, la «pérdida de DiosJJ en las inteligencias y restablecer la austeridad de costumbres cristianas en la masa popular; la de preparar, en fin, al pueblo español, una vez rechazada su misión por las clases elevadas. para los días difíciles que se avecinaban. Esta posición de fray Diego se centra no sólo preferentemente, sino ex– clusivamente, en la defensa de la más pura doctrina de la Iglesia y de todos los derechos que por su: carácter divino le competen:. Si muchas veces, por ser el hombre de más fama de su siglo, se ve obligado a resolver cuestiones que atañen a la política nacional o a las corrientes culturales de -sµ época, siempre sabe hacerlo desde un plano superior y con miras •estrictamente so, brenaturales, aunque poniéndose en· la realidad de las cosas: mejor que los políticos e intelectuales contemporáneos suyos. Y en confirmación de m1es– tro aserto, veamos brevemente cuál es el pensamiento de fray Diego en orden a los tres puntos arriba indicados, es decir: a la defensa de la Igle, sia, a la defensa de la patria en los días de la revolución francesa y en torno a las corrientes intelectuales de su siglo. Fray Diego José de Cádiz, desde los comienzos de su apostolado sa, cerdotal, tiene sumam.ente desarrollado esa especie de. instinto divino para «sentir con la Iglesia)). Hemos visto su noble reacción cuando su espíritu se enfrenta por primera vez con las doctrinas que menoscaban la integridad de los dogmas y la autoridad pontificia o defienden 'él regalismo'. Fiel siem– pre a esa línea de conducta, escribe en sus libros páginas admirables en de– fensa de' la santa Iglesia, y en su correspondencia particular vuelca, sin pre– tenderlo, todo $U ardiente corazón cuando tiene ocasión de hablar del Sumo Pontífice o del estado de la Iglesia en su tiempo. En 1788, cuando llegan a sus manos las conclusiones del Sínodo de Pis, toia (1786), y mucho antes que Pío VI condenara este conciliábulo por la Bula Auctorem fidei (1794), fray Diego escribe al padre Alcover: <,<Remito a u~ted estos papeles para que vea el estado en que se halla la santa Madre Iglesia o en el que la tienen sus malos, hijos. Verá usted el Sínodo del señor XXII
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