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I N T R O D U C. C I Ó N . e influyentes. Como en el sueño de Nabucodonosor, una piedra descendía de las alturas intelectuales de Europa y. se dirigía hacia la estatua de nuestra patria, que ya tenía las piernas de barro. Nuestros políticos e intelectuales, lejos de ponerse a detenerla o a desviar su curso, jugaban a dirigirla y empujarla. Tal. era la situación de España cuando fray Diego apareció en su suelo como verdadero «enviado de Dios)). , Da,da nuestra posición geográfica y nuestra actitud de servilismo a Fran, cia mediante los célebres Pactos de Familia, es naturál que la revolución de las ideas, disfrazada dé: «Ilustración», de «Filosofía)), nos· viniera de allende el Pirineo. Desde mediados del siglo XVIII, la invasión d~ .libros franceses es· cada ~ez más extensa y más decisiva. Aquello era una invasión' de ideas, precursora de la invasión de las armas. Y aunque a principi9s de 1790 se d~· la orden de no permitir que atraviese .la frontera ningún periópico francés, ya era demasiado tarde, y además la orden quedó pronto incumplida. No todos, ni entre, las clases directoras de la nación, ni tampoco entre los mismos religiosos, los te6logos, los obispos y los componentes del Tri, bunal de la Inquisición, vieron adónde iban a parar aquellas tendencias ni cuáles habían de ser sus funestos resultados. Fray Diego José de Cádi~ los vió, como ven los santos, con intuición penetrante, ·y mejor diríamos pro, fética, ya desde los primeros años de su ordenación sacerdotal. «Por este tiempo, año de 69 -escribe a su director espiritual-, se empezaron a.. · hacer públicas las cosas del siglo ilustrado contra la santa Iglesia; salió el Febronio, el Bonnet, el ·Juicio Imparcial, etc.; me ·instaban los leyese par~' sa-lir de mis ignorancias, etc. No es· decible, Padre de mi, alma, cuánto fué el ardor que sentí. en mi corazón para remediar estos males; neguéme a leer estos papeles; no quise aprender a leer el francés, por el horror que concebí a l9s libros que de allá venían de estos asuntos. ¡ Qué ansias de ser santo, para con la oración aplacar a Dios y sostener a la Iglesia santa I j Qué deseo de salir al público para, a cara descubierta, hacer frente a los libertinos l ¡ Qué inclinación a predicar a la gente culta e instruída l ¡ Qué ardor por derramar mi sangre en defensa de lo que hasta ahora hemos creído.!)) (DP 327,328; véase también CA 34). Y no se engañaba fray Diego cuando así razonaba y sentía. Dios le había escogido para· hacerle el nuevo apóstol de España, y su padre espiritual, en nombre de Dios, se lo había de inculcar repetidas veces. «Fray Diego mi, sionero _:__le escribe- es un legítimo enviado de Dios· a España, para que en ella prédique el Evangelio de Jesucristo y haga revivir el espíritu del cris, tianismo, que intenta sofocar la disimulada y enmascarada impiedad, del líber, tinaje, que casi domina y de día en día más se propaga y más corrompe XXI

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