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EL CONCEPTO DE <<CARNE>> APLICADO A CRISTO rn la exégesis del prólogo del IV Evangelio y de la l Jn. A ello contribuyó también la Vulgata, que traduce así: Omnis ,piritits qui confitetur I esu1n Clwistitm in carne venisse... (l Jn 4,2) ; multi seductores e:i:ierunt in 11iimdum, qui non confitentu.r I esum Christum venisse in carnem (2, Jn. 7). Parece que aquí lo principal es demos– trar que Cristo es hombre real y verdadero en sentido meramente antropológico, que Jesús tiene verdadera naturaleza humana. Y, en consecuencia, la misma finalidad se atribuye, y el mismo sentido meramente antropológico se le ha dado, a Jn. 1, 14a: Y el Logos se hizo carne. Y hasta se ha hecho de esta fras\:, entendida, en sentido antidoceta, de la encarnación «in fieri)) (el Hijo de Dios en el momento de asumir la naturaleza humana), el punto central del Prólogo y la clave de la teología joánica. Limitándonos, por el momento, a las Epístolas, creemos que el sentido exacto de las frases de 1 Jn. 4,2 y 2 Jn. 7 no es ése ni lleva tendencia antidoceta. En primer lugar, porque no hay vestigios ciertos de que en tiem– po de San Juan existiera ya esta clase de docetismo, aunque los haya para el siglo n (10). En cambio, lo que en tiempos de San Juan defendía Cerinto y otros herejes judaizantes, y lo que San Juan combatía, era que (10) El docetismo que hubo de combatir San Ignacio (Trall., 10; Smyrn., 2), a saber: el comúnmente conocido, que sólo admite en J esucr,isto un cuerpo humano aparente, no real y verdadero, procede, -seguramente, de las mismas raí– ces gnósticas que la cristología de Ccrinto (cf. L. C·ERFAUX, DBSuppl., III, 680 s., artículo «Gnose"), pero no tenía aún vigencia en la cristología de este hereje, contemporáneo de San Juan (cf. G. BAREIL!X, en DThC., II, 2100 s., art. «Cé– rinthel>); y aunque quizá ya se estuviera incubando, no había brotado aún al exterior en vida de San Juan, como brotó pocos decenios después, al tiempo ele San Ignacio. ILAGRANGE ,(Evangile, p. LXXI y s.), lo mismo que J. LEBRETON (Histoire de l'tigl11Se: I. L'Eglise primitive, .París, 1941, p. 254 s.) siguen atribuyendo este docetismo a Cerinto o a los herejes cgmbatidos por San Juan, y en este sentido interpretan los pasajes del IV Evangelio y de las Epístolas que nosotws esta– mos analizando, así como el célebre texto de San Ireneo sobre el pensamiento de Cerinto (Haer., I, 2-6, 1). Pero creernos más exacta y más conforme a los datos que sobre ,Cerinto nos da San freneo (cf., sobre tocio, Haer., III, 11, 1 ss.: eclic. SAGNARD, Les Sources chrétiennes, París, 1002, pp. 178-180) esta otra interpretación, a saber, que ni Cerinto ni los herejes impugnados por el apóstol San Juan negaban la realidad de la naturaleza humana de Jesús; lo que éstos negaban era que Jesús, a quien suponían como verdadero hombre, fuera al mismo

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