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424 ES'I'UDIOS BÍBLIOOs.-6erafín de Ausejo, O. F. M. Ya esto podría ser un indicio, cuando menos, de que la san•, -del Prólogo debe relacionarse con la sarx del discurso del Pan de vida. Pero este raciocinio se refuerza con.siderablemente cuando pene– tramos todo el valor que San Juan concede a esta palabra en el cap. VI, sobre todo, si admitimos -con Bonsirven- que fué basar la palabra usada por Jesús en la institución de la Eucaristía. Cuando el Maestro pronunció la frase: «Este es mi cuerpo», quería decir su cuerpo destinado a sufrir la pasión inminente y todo su ser hu– mano y divino, que había de convertirse en alimento eucarístico. Y este sentido pregnante de la palabra, mal podría expresarlo por péger o güf en hebreo (pigrá, o gitfá en arameo), equivalentes al soma de los griegos (cadáver o, a lo más, cuerpo e11, contraposi– ción a alma); y en cambio, podía expresarlo perfectamente por ba– sar (bsar en arameo), equivalente al griego sanr, con todas las reso– nancias bíblicas que acompañan a este vocablo (19) y con ese matiz especial de relacionar su entrega eucarística con su entrega en la cruz. Al confrontar, pues, las ideas del Prólogo con las del conjunto del Evangelio y ver que, respecto del uso de la palabra sarx, sola– mente el discurso del Pan de vida puede ser eco de la sar,r del v. 14a del Prólogo, lógicamente podemos concluir que el sentido kenótico– soteriológico, tan manifiesto en 6,51c, no puede ser totalmente ex– traño al i;entido de sarx en 1,14a, sobre todo teniendo en cuenta esa fuerte densidad de contenido que San Juan acumula sobre cier– tas palabras-clave. O dicho de otra forna: cuando Juan escribió del Logos-"Cristo que «se hizo», -«llegó a ser», «quedó constituído» sar:i:, más que apuntar el hecho de la encarnación, apuntaba a 1a kenosis de Cristo en su vida terrestre hasta la muerte de cruz. JV. CONSECUENCIAS DE ESTA INTERPRETACIÓN DE ((CARNE)> PARA LA RECTA INTELIGENCIA DEL PRÓLOGO COMO HIMNO A CRISTO 1) Ni en el Prólogo ni en el IV Evangelio ni en las Epístolas de Juan hay reminiscencias de antidocetismo propiamente tal. Nadie dudó, durante la vida terrestre de Jesús ni en la era apostólica, (19) Cf. BONSIRVEN, art. cit. de «Biblica», p, 218 s,

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