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918 FR. SERAFÍN DE AUSEJO, OFMCAP 614 demasiado que el Evangelista ignorara o atribuyera a los fariseos ig– norancia de su propia historia, ya que, según 2 Re 14, 25, de Galilea fué oriundo Jonás profeta, hijo de Amittay (distinto del Jonás escri– tor). Más aún, la afirmación de que ningún profeta surgiría de Galilea contradice al pensamiento y a la tradición rabínicos, puesto que, a fines del siglo Id. C., Rabbí Eliezer, contemporáneo del IV Evangelio, asegura que no hay una sola tribu en Israel de la cual no . hayan surgido «profetas» 47 • El contexto y la historia exigen, por consiguiente, ese artículo delante de «profeta», o 1tpoqrl¡•n¡,, en el v. 52, a pesar de que todos los códices griegos lo omiten, como lo omiten también (y justamente, desde el punto de vista crítico) las ediciones manuales del NT. Pero el P 66 tiene aquí esa variante importantísima de introducir el artículo en el v. 52b. Además de colocar las palabras de la frase en orden inverso al del códice B, pero siguiendo el orden del S y del D, con otros, el p•• escribe clarísimamente el artículo o. Esta variante del artículo parece ser exclusivamente suya. Sin em– bargo, es tan lógica y natural, tan conforme al contexto, que no se explica uno cómo los demás códices no la tienen. Sin el artículo, la afirmación de los fariseos no sería verdadera. Y sería raro que ni el Evangelista ni ellos se dieran cuenta de la falsedad. En cambio, la variante de introducir el artículo modifica radicalmente la cuestión. Lo que los sinedritas arguyen contra Nicodemo es que «el» Profeta no puede venir de Galilea; sabido era que había de ser oriundo de Belén, de la familia de David (v. 42). Esta era la cuestión suscitada entre la turba. Y el contexto de 7, 45-52 parece exigir que esa misma cuestión ha sido llevada ahora ante el tribunal definitivo de apelación, ante el Sanedrín. La mención de Galilea como cuna «del Profeta» (v. 41), repetida ahora ante el Sanedrín (v. 52), está indicando que, en la mente del Evangelista, la cuestión es idéntica; y que la segunda escena, la oficial, no es sino continuación de la primera, la popular. En consecuencia, la variante del Pº es intrínsecamente excelente y tiene visos de ser realmente auténtica. Verdad es que contra esta variante está toda la tradición manus– crita. ¿Pero es decisiva esta tradición? Sabido es que -como atina– damente escribe el P. Smothers- «una sola letra puede suprimirse fácilmente en una frase que corre bien sin ella; y pocos lectores la echarían de menos. Omitida corrientemente en los mejores códices, difícilmente podía recuperarse. Pero es posible que el amanuense del p•• nos haya conservado aquí un rasgo del texto primitivo» 48 • 47 STRACK-BILLERBECK, Kommentar zum NT (München 1924), II, p. 519. 48 SMOTI:IERS, Two Readings in Papyrus Bodmer · 11, en «Harvard Theo– logical Review 51 (1958), p. 111. ·- 12-

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