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396 SERAFÍN DE AUSEJO; O, F. M. CAP. Creemos, pues, que nuestra conclusión es aceptable. Por este camino· comparativo, cuyos fundamentos están en lo que fué la persona y la obra de Cristo en la tierra, en la costumbre himnográfica de los primeros cristianos, en los testimonios de las cartas paulinas, en los ejemplos de los himnos a Cristo conservados en ellas, en el mismo ambiente efe– sino y de iglesias cercanas, etc., hemos logrado una explicación plausible de por qué el Prólogo está compuesto en forma rítmica y por qué puede llamarse himno a Cristo. A pesar de las maneras propias de San Juan, el Prólogo tiene todas las características de un verdadero himno a Cristo en cuanto Logos de Dios;' ún himno a la persona de Cristo, que es Dios y es hombre, es creador y revelador, es vida y es luz de los hombres, aun habiéndose presentado ante ellos sin esplendor ni gloria y en con– diciones de simple mortal; es plenitud de vida sobrenatural, que El derrama sobre sus creyentes, y es el único revelador, por estar en el seno del Padre, donde sigue tras su carrera terrestre. 'renemos, pues, en el Prólogo un himno al Cristo-Logos, al que San Juan vió con sus ojos y oyó hablar con sus oídos y tocó con sus manos; a ese Cristo-Logos, cuyo ser teándrico, cuya aparición kenótica en la tierra y cuya gloria celeste vió luego el anciano discípulo, con el recuerdo y co11 la fe y con la unión mística con El; a ese Cristo, para el que Juan ha encontrado, como Pablo el nombre de Kyrios, otro-nombre que com– pendie igualmente todas las riquezas divinas y humanas y gloriosas que contiene Cristo en su persona, en su obra y en su gloria: el nombre de Logos de Dios (136). (136) Antes de terminar hemos de hacer aún otra observación. la exégesis del Prólogo que proponemos, particularmente por lo que se refiere a la identificación del concepto de logos con Jesús, es decir, que el concepto de logos siempre indica, para San Juan, al Hijo de Dios ya encarnado, el logos !fvocxpKO<;, tal vez parezca un tanto nueva para quienes no hayan tenido ocasión de seguir muy de cerca las corrientes exegé– ticas de hoy sobre San Juan y proyecten, en fuerza de la costumbre, sobre el Prólogo nuestra manera de hablar en la teología de la Trinidad. Pero nuestra exégesis no es nueva. Que yo sepa, hace ya cincuenta años que la propuso TH. ZAHN (Da.r Evange/ium des Johannes [leipzig, 1908], pp. 97 ss.), el exégeta protestante bastante moderado, y cada día va teniendo más adeptos entre los católicos. Y no por afán de novedad, ciertamente. Es que se funda en el análisis lógico y concienzudo del texto sagrado, y tiene en su favor a aquellos privilegiados testigos de la primera generación cristiana que heredaron de los discípulos inmediatos de San Juan la interpretación del logos. lejos, pues, de ser nueva, es la interpretación más antigua que existe en torno al concepto del logos. la difundieron en la iglesia primitiva y la transmitieron a sus sucesores los primeros discípulos de San Juan, particularmente San lreneo, que la recibió de San Policarpo, discípulo inmediato del Apóstol. Y estos santos varones no darían del logos y del ,prólogo del IV Evangelio, indudablemente, una interpretación distinta de la que ellos oyeran de labios del Discípulo Amado. Un examen serio de los escritos de los Padres Apostólicos y de los inmediatamente posteriores, confirmaría, así lo creemos, la exactitud de esta observación. [90)
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