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378 SERAFÍN DE .\.USEJO, O. F. M. CAP.. lugar, la palabra 1TA~p(,)¡w: en su doble sentido anteriormente explicado: como receptáculo de toda la virtud divina santificadora, condensada en Cristo, y como manantial sobrenaturalizar derivado de El hacia su Iglesia (110). Podría objetarse contra nuestra interpretación que todo cuanto se dice en esta tercera estrofa, particularmente lo relativo a la "plenitud" de gracia y de verdad que Cristo posee, de la cual dimana para los cre– yentes la vida de la gracia (vv. 14 e y v. 16), no se refiere al Cristo glorioso, sino a Cristo en su vida terrestre. Verdad es que con frecuencia se les da a estas palabras ese sentido más o menos ontológico. Se las considera como referidas al ser de Cristo por la encarnación y no a Cristo como fuente de vida en los cielos des– pués de su paso por la tierra. Sin embargo, sin excluir absolutamente ese sentido ontológico, sí creemos que su plena realidad solamente se da cuando Cristo, una vez sentado a la diestra del Padre, comienza a di– fundir la vida sobrenatural sobre su Iglesia. Para demostrarlo, recordemos nuevamente cuanto antes dijimos res– pecto del método involutivo de San Juan y de las interferencias de sus ideas principales. Ya, al hablar de la "gloria", hemos visto que, si por una especie de reversión, puede entenderse esa "gloria" de la divinidad que a veces transparentaban las obras de Jesús, esta reversión sólo puede explicarse cumplidamente cuando se piensa que el Evangelista ha cono– cido ya la "gloria" fundamental de Cristo, la que tuvo una vez resucitado y la que, transitoriamente, manifestó en el Tabor. Sin el recuerdo de esta "gloria" y sin revertirla sobre las obras prodigiosas de Jesús, se– guramente que el mi.smo San .Juan no hubiera hablado así de la "gloria" de Jesús, antítesis de su situación "en carne". Por la teología y por la misma historia evangélica sabemos que la "gloria" fundamental de Je– sús es la de la resurrección, donde se manifestó a sus discípulos tal cual es: con todos sus derechos y prerrogativas competentes a su persona, manifestados a lo externo. Así es como la vieron y por primera vez la com– prendieron, finalmente, sus discípulos. Considerando San Juan, muchos años después, los portentos de Jesús durante su vida terrestre, descubre en eilos los destellos de esta "gloria", signo visible de la divinidad de su persona. Pero sólo después de la resurrección comprendieron los apósto– les toda la grandeza de Jesús. Para el discípulo que ahora contempla de nuevo los milagros del Maestro, éstos son como un reverbero anticipado de la "gloria" fundamental que Jesús posee, plenamente visible para los suyos en la resurrección y ascensión, pero oculta durante su vida te– rrestre. (110) Cf. supra. p. 335 de este estudio. [72]

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