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i,ES UN HIMNO A CRISTO EL PRÓLOGO DE SAN JUANf 377 cierto esplendor, un "quid divinum", que, por sus milagros, su doctrina y su vida emanaba de la persona de J~sús y que era indicio evidentísimo de su divinidad. Pero también aquí podríamos preguntar: ¿No estaremos en presen– cia de otro caso, donde San Juan, mediante esas interferencias, tan suyas, de ideas y de matices, acumula nociones, de forma que éstas, desde el estadio terrestre se proyecten ya sobre el estadio futuro, o viceversa: desde el estadio glorioso se reviertan sobre el estadio terrestre? Naturalmente que esta reversión de la gloria de Cristo resucitado so– bre su vida terrena no aparece en forma visible, sino que sólo es percep– tible, incluso para quienes conviven con ,Jesús, por la fe. Pero, en lo hondo de su ser, Cristo posee ya en la tierra la "gloria" de la resurrec– ción. Esta "gloria" radical, formal, ontológica, que el Evangelista re– cuerda haber visto en Jesús por la fe, es la "gloria" que aquí le atribuye también. Pero no habría llegado quizás a esta reversión, si no hubiera contemplado con sus ojos de carne aquella "gloria" de Jesús en el Ta– bor y principalmente en los días de su resurrección y ascensión a los cielos, donde sigue contemplándolo, ahora nuevamente por la fe, en el seno del Padre. Por eso nos parecen muy exactas estas palabras de Charue: "El centro de su teología no es precisamente el Cristo de la encarnación, sino más bien el Cristo de la resurrección" (109). Y estas interferencias y reversiones, este sentido pregnante de muchas de las ideas de San Juan, son causa -creemos nosotros- de que nunca nos hable en forma exclusiva y tajante de la sola situación kenótica de Cristo, al modo de Fil. 2, 7-8, o de que con la idea de "gloria" no se circunscriba estrictamente a la gloria del Tabor y de la resurrección. Sin embargo, en nuestro caso, ésta es para él el punto de partida y la "gloria" fundamental de Jesús. De todas formas, en esta tercera gran estrofa, compuesta, como la primera, de otra tripleta de estrofas subalternas, San Juan celebra la "gloria" de Jesús, convertido en "pleroma" de santificación y de gracia para todos cuantos creyeron en El, después de haber sido nuestro único revelador posible, porque nadie podía hablarnos del Dios invisible como el unigénito Hijo que desde la eternidad estaba en el seno del Padre. Sin entrar en más detalles exegéticos, es evidente que esta tercera gran estrofa del Prólogo presenta, en sus líneas ·generales, · no pocos puntos de contacto con la tercera estrofa de Filipenses, respectivamente la segunda de Colosenses, y hasta utiliza, como San Pablo en este último (109) A.. CHARUE, Vie lumiere et gloit-e chez saint Jean, en "Collationes Namur– censes", 29 (1935), 65-77; 229-241. la cita se refiere a .la p. 240-241. La tomamos de DUPONT, o. c., p. 262. [71]

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