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362 SERAFÍN DE AUSEJO, O. F. M. CAP. toles vieron y trataron, no se encuentra con esos escollos de la tendencia primera, simplifica la distribución del contenido temático del Prólogo, reduciéndolo a una sencilla y lógica enumeración de las grandezas de Jesús, y nos presenta su figura como lo que es en realidad: el centro ab– soluto de la historia, el punto al que dicen relación de causa y de finali– dad, de origen y de destino, todas las obras de Dio~ "ad extra" y todo el acontecer en el espacio y en el tiempo, penetrado todo del orden sobrena– tural. Y así, esta tendencia, al interpretar la idea del Logos como un nombre del Cristo histórico -y por cierto, nombre que lo. define en su doble naturaleza y en su misión soteriológica tal vez mejor que ningún otro-, guarda con ellos la más estricta analogía de la fe, porque está en perfecta consonancia con el sentido que tienen, evidentemente, los him– nos cristológicos de Filipenses, Colosenses, I de Timoteo y Hebreos y con el contenido del mismo IV Evangelio, al que el Prólogo sirve así de pór– tico majestuoso (91). Con esto no pretendemos negar que San Juan trata, en los vv. 1-2, de Jesús.en cuanto hijo de Dios, o sea, del Hijo en sus relaciones intra– trinitarias con el Padre, o que la exégesis patrística antiarriana y la teo– logía tradicional interpretan falsamente estos vv. Lejos de nosotros ta– maño despropósito. Lo que pretendemos decir es que el punto mental de partida para San Juan no es el Logos com,o Verbo de Dios sin la carne (en el sentido que ha tomado ya en nuestro hablar ~eológico la palabra "Verbo"), sino el Logos-Cristo, el Cristo histórico, cuyo ser teándrico nos ha descrito anteriormente San Pablo y al que ahora nos va a describir nuevamente San Juan, con más profundidad teológica todavía. Ambos apóstoles, como es lógico, enseñaron con toda evidencia la divinidad de Jesús y la existencia del misterio de la Santísima Trinidad. Y, mientras San Pablo se limita a la afirmación del misterio, sin entrar en explica- (91) Este acercamiento entre la teología de Fil. 2, 6-11. y la del Prólogo .de San Juan ya la vió DuPoNT, o. c., p. 52, nota 7, como anteriormente la había visto CERFAUX (Hymnes au Christe des Lettres de saint Paul, en "Revue dioc. de Tuornai"', 2 [1947}, pp. 6-7), cuando escribía: "A pesar de la diferencia que existe entre la teología paulin.a y la joánica, no es posible dejar de notar las semejan.zas de expresión y de pensamiento entre este pasaje y el Prólogo del IV Evangelio. ¿Sucede esto por azar? ¿No es mejor decir que el Apóstol y el Evangelista, habiendo vivido ambos en las iglesias de Asia, cuya metrópolis era Efeso, se hacen eco el uno al otro, porque ambos tienen en cuenta el ambiente para el cual escriben, y que tal vez representan cierto estilo propio de ese ambiente, es decir -así lo parece--, el de una himnología muy primitiva, carismática?" (De acuerdo en todo con esta idea de Cerfaux, menos en lo de himnología "carismática", si se entiende en sentido estricto, de lo cual hemos hablado al principio de este trabajo alguna que otra vez.) Nosotros hemos procurado ahondar más en este acercamiento, no limitándonos a la teología de ambos pasajes, sino comparando también su estructura temática y aun su expresión literaria. [56)
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