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INTRODUCCION D ESDE hace bastantes años en los comentarios del IV Evange– lio se viene discutiendo, más o menos, si la forma literaria: del prólogo, donde por la simple lectura se advierte al ins– tante la existencia de cierto ritmo, llega a ser verdadera composición poética o se reduce simplemente a prosa rítmica; si el conjunto del pró– logo es :un himno a Cristo o es una introducción teológica al Evangelio o ambas cosas a la vez: originariamente un himno, pero adaptado des– pués por el autor para prólogo-introducción; si se ha de interpretar de los diversos estadios del Hijo de Dios en sucesión cronológica (primero, .en el seno del Padre; luego, en la creación; más tarde, como anuncian– do ya la encarnación; y por último, en la encarnación misma) o si se ha de entender como descripción atemporal y transcendente, en cierto modo; pero al mismo tiempo real y concreta, de la persona del Cristo histórico en toda su riqueza teándrica, tal como el evangelista San Juan vió a Jesús mientras vivió con El y como le vió después, por sus recuerdos íntimos y por su unión mística con el Maestro, durante los largos años de su longeva vida. Naturalmente que todas estas cuestiones pueden ser estudiadas aparte. Pero no dejan de tener tal conexión entre sí, que las unas recla– man a las otras. Y si no sería e]~acto decir que de la solución dada a una de ellas depende la solución de las demás, sí nos parece bastante seguro el afirmar que un estudio amplio y a fondo de cualquiera de ellas podría iluminar a las otras y abrirnos camino para la solución de todas ellas y para la total y justa inteligencia del prólogo. La cuestión que directamente quisiéramos abordar en este estudio es averiguar si el prólogo debe considerarse como himno a Cristo o no. [3]

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