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324 SERAFÍN DE AUSEJO, O. F. M. OAP. La lógica del contexto exige también que, así como la gloria que se le concede a Cristo después de la muerte de cruz se extiende a ambas naturalezas, o sea, a toda la persona del Cristo real y teándrico, tam– bién de toda su persona, en su doble naturaleza, debe entenderse la kénosis. Pero hay más : la kénosis es temporal, tiene fin, termina con la muerte. Este "despojarse" sólo dura cuanto dura la situación de humill:ación y de obediencia: f.Léxpt 0avá-rou (v. 8). Después viene la gloria subsiguiente, contrapuesta en un todo a la anterior situación kenótica. La preposi– ción füó del v. 9 enlaza la tercera parte del himno (la exaltación gloriosa) con la segunda (la kénosis), en el sentido de que .ésta desaparece y en su lugar, y como consecuencia de ella, viene la exaltación. Ahora bien, si la kénosis' consistiera en el hecho de la encarnación, vendría."Uos a parar en algo inaudito: que ésta, la encarnación, tiene fin, de forma que la hu– manidad santísima de Cristo solamente permanecería unida a su persona "hasta la muerte", mientras dura su kénosis, pero no después, cuando nuevamente se le restituye a Cristo aquella gloria de que antes se des– pojara... Realmente resulta inexplicable cómo puede defenderse interpretación tan ilógica, como no sea desvirtuando las palabras de su verdadero sen– tido. Por otra parte, la exégesis. que proponemos no es tan nueva. La defendió ya San Clemente romano (1 Cor. 16, 1-17), quien relaciona también la "forma servi" con la idea del "siervo de Yahvé" de Isafas, realizada por Cristo durante su vida y en su muerte. La defendieron también algunos Santos Padres (28). En nuestros días, esta interpre- (28) Cf. FEUILLET, l. c., p. 67. Lo que a los Santos Padres interesaba principal– mente era demostrar, contra los herejes arrianos, la divinidad de Cristo, y por eso vieron, según también su mentalidad ambiental, en la µopqifi 0EoÜ la naturaleza divina, más que los derechos y gloria externos correspondientes. Como consecuencia, tuvieron que interpretar la µopq:ift ooú/\ou por la encarnación. Ahora bien, en la exégesis católica de hoy, casi nadie se cree obligado a interpretar la "forma Dei" en sentido estricto de naturaleza .divina y no de gloria o esplendor externo. ¿Por qué, entonces, estaremos obligados a seguir a los Padres cuando entienden la "forma serví" como de" la encar– nación? (Cf. ibid., p. 69). Posteriormente HENRY ha hecho un extenso estudio sobre la interpretación patrística de Fil. 2, 6-11, llegando a esta conclusión: "Sobre ningún detalle exegético hay unanimidad absoluta" (art. Kénose ya citado, p. 128). Sin embargo, ¿es nula la tradición patrística a este respecto? De ninguna manera, dice muy bien Henry. Primeramente, toda exégesis de este texto que negara la divinidad de Cristo o su hu– manidad, estaría en contra de la tradición patrística, la cual serviría, así, de norma ¿Puede ser esa tradición patrística, en la exégesis de nuestro texto, norma posi– tiva también? "En otros términos -escribe Henry---, ¿impone la tradición al exéget2 católico el admitir que Pablo quiso, en este lugar, afirmar la divinidad y la humanidad [18]
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