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240 ESTUDIOS BÍBLrcos.-Fr. S. de Ausejo, O. F. M., Cap. muerte. Este «despojarse» sólo dura cuanto dura la situación de hu– mfüación y de obediencia: !J-É)(pt 0a.vá :,ou (v. 8). Después viene la gloria subsiguiente, contrapuesta en un todo a la anterior situación kenótica. La preposición ~tó del v. 9 enlaza la tercera parte del himno (la exaltación gloriosa) con la segunda (la kenosis), en el sen– tido de que ésta desaparece y en su lugar, y como consecuencia de ella, viene la exaltación. Ahora bien, si la kenosis consistiera en el hecho de la encarnación, vendríamos a parar en algo inaudito : que ésta, la encarnación, tiene fín, de forma que la humanidad san– tísima de Cristo solamente permanecería unida a su persona «hasta la muerte», mientras dura su kenosis, pero no después, cuando nue– vamente se le restituye a Cristo aquella gloria de que antes se des– pojara... Realmente resulta inexplicable cómo puede defenderse interpre– tación tan ilógica, como no sea desvirtuando las palabras de su ver– dadero sentido . .Por otra parte, la exégesis que proponemos no es tan nueva. La defendió ya San Clemente de Roma (1 Cor. 16, 1-17), quien relaciona también la «forma serví» con la idea del «Siervo de Yahvé» de Isaías, realizada por Cristo durante su vida y en su muerte. La defendieron también algunos Santos Padres (28). En nuestros días, esta ínter- (28) Cfr. FEUJLLET: Loe. cit., pág. í>T. Lo que a Jo,s Santos Padr,es int,ernsaba principalmente era demostrar, contra fos her,ejes airiano6, la divinidad de CII"isto, y por eso vieron, según también <>U mentalidad ambiental, en la. l-'-ºP'l'i'í 6EOu la na– tnrakza divina, más que los der,echos y gloria externo" ,cornespo,ndienbes. Como cornsecuencia, tuvieron que interpretar la P.ºP'l'i'í ~oú/..ou por la enca,rnación. Ahora bien, en la exége,sis católica de hoy casi nadie .se eme obligado a intierpreta.- la «torma Dei,, ,en sentido e,stricto de natur3;1eza divina y no de gloria ,o esplendo;r ex'üemo. ¿ Por qué, entonce,s, e,staremos oblig:tdos a s.eguir a 'los Padres cuamdo entienden la «forma -sei-vi" como de la encairnación? (Cfr. !bid., pág. 69). Po,sk– r10rmente HENRY ha hecho un extenso estudio sobr,e la interpretación patrística de Fil. 2, &-11, llegando a ,e,sta conclusión : , «Sobre ningún detalle exegético ha,y una,– nimi<lad absoluta" (a11t. Kénose ya citado, ,pág. 128). Sin embargo, ¿ es nula la. tradi. ción patrÍ6Üca a este respecto? De ninguna manera, dice muy bien HENRY. Prime– ramente, toda exége1;is de e,ste texto ,que negara la divinidad de Cristo o su hu– manidad, estwría én con1tra de la tradiC'ión patristica, la cual serviría,· a,sí, de nor– ma negati,va. ¿,Puede .ser esa tradición patrística, en la exégesis <le m.te ,stro texto, norma positiva también? «En otro,s términos -escribe HENRY-, ¿ impone la tradición al exégeta ca,tóEco el admitir que Pablo quiso, en e,ste fugar, afirmar la divinidad y la humanidad de Crí,sto? C11eemos poder responder que la exégesi,s rr;isma del texto lo impone, aunque la intención del Apósto,l no fuese establecer una

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