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que fué creado por mediación de El, de Cristo, al q:ue, sin embar– go, no reconoció, cbmo tampoco lo reconocieron «los suyos» (v. 11). • El v. 18.-No vemos razón alguna de positivo valor para re· chazar este v. 18 y, en cambio, sí 1as hay, a nuestro entender, y muy poderosas, para cónservarlo en el himno primitivo. Dícese, en primer lugar, que es sorprendente 1a construcció11 del v. 18a como estico independiente. Pero ya hemos recordado varias veces que hoy se discute si el verso hebreo necesariamente ha de llevar dos esticos, según las leyes de Lowth. Más bien parece demostrarse que .cada estico puede ser un verso de por sí. Y, en último caso, la independencia que va tomando, resp·ecto de la poesía hebrea, la nueva poesía cristiana, justifica sobradamente que en ella puedan existir versos de un solo estico. Que el contenido y la forma aconsejen tomar este v. 18 como espúreo o no perteneciente a1 primitivo himno (134), tampoco lo creemos. No la forma por sí sola: porque, aunque no se vea aquí la uni– formidad de acentos que en los demás versos, esta razón por sí sola es insuficiente. Además, los tres versos formados por el v. 18bcd pueden considerarse muy bien como de dos, de tres y de dos acen– tos, respectivamente. Y tal disposición de acentos es frecuente y normal en el Prólogo. Y respecto del contenido, es verdad que San Juan y toda 1a tradición judía sabía que Moisés había «visto» a Dios. Pero, casi a1 final ya del siglo I, San Juan sabía también, como 1o sabía ya la tradición cristiana, que entre la manera de «ver» a Dios que le fué concedida a Moisés y la manera de «ver» a Dios que Jes{1s tiene en virtud de su consustancialidad con el Padre, hay una distancia in– finita. Y precisamente en 1a disposición parabólica del Prólogo, según propone Boismard (135), el v: 18 se da la mano con los vv. 1-2; y si tampoco se quiere admitir estequiasmo en el himno primitivo (aunque, en líneas generales, creemos que debe admitirse), siempre es evidente que el v. 18 se presenta como 1a mejor conclusión del Prólogo, porque es su mejor resumen : se determina claramente en él qué es Cristo y cuál su obra. Cristo es el Unigénito del Padre y nuestro gran revelador. Nadie, ni en el Antiguo Testamento ni (134) Ibid., p. 108-109. (135) Cf. supra, p. 409.

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