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406 ESTUDIOS BÍBLicos.-Fr. S. de Ausejo, O. F. M., Cap. dad solamente se da cuando Cristo, una vez sentado a la diestra del Padre, comienza a difundir la vida sobrenatural sobre su Iglesia. Para demostrarlo, recordemos nuevamente cuanto antes dijimos. respecto del método involutivo de San Juan y de las interferencias de sus ideas principales. Ya, al hablar de la «gloria», hemos visto que, si por una especie de reversión, puede entenderse esa «gloria»• de la divinidad que a veces transparentaban las obras de Jesús, esta reversión sólo puede explicarse c-qmplidamente cuando se piensa que el Evangelista ha conocido ya la «gloria» fundamental de Cristo, la que tuvo, una vez resucitado, y la que, transitoriamente, manifestó en el Tabor. Sin el recuerdo de esta «gloria» y sin revertirla sobre– las obras prodigiosas de Jesús, seguramente que el mismo San Juan no hubiera hablado así de la «gloria» de Jesús, antítesis de su si– tuación «en carne». Por la teología y po:r la misma historia evangé– lica sabemos que la «gloria» fundamental de Jesús es la de la re– surrección, donde se manifestó a sus discípulos tal cual es : con to– ,dos sus derechos y prerrogativas competentes a su persona, mani– festados a lo externo. Así es como la vieron y por primera vez la com– prendieron, finalmente, sus discípulos. Considerando San Juan, mu-• chos años después, los portentos de Jesús dur~mte su vida terrestre, descubre en ellos los destellos de esta «gloria», signo visible de la divinidad de su persona. Pero sólo después de la resurreq::ión com– prendieron los apóstoles toda la grandeza ,de Jesús. Para el discípulo que ahora contempla de nuevo los milagros del Maestro, éstos son como un reverbero anticipado de la «gloria» fundamental que Jesús posee, plenamente visible para los suyos en la resurrección y as– censión, pero oculta durante su -vida terrestre. Algo parecido acontece también respecto de considerar a Cristo como «plenitud» de gracia y de !Verdad (v. 14.e y v. 16). Lo era óntológicamente, ya desde su vida terrena, y en derto modo lo ma-– nifestó por medio de su doctrina y sus milagros. Pero mucho más lo manifestó después de la resurrección, cuando se presenta glorioso– ante ellos, asciende visiblemente a los cielos, les envía al Espíritu Santo y, sentado a la diestra del Padre, queda constituído en fuente· perenne de vida para su Iglesia. Este punto de vista parecería aún más lógico si, con San Ireneo, San Atanasio y San Juan Crisóstomo, unimos el indeclinable 'ltA.r¡– P'Yli; con el acusativo cló~av, en aposición gramatical (111). (111) Cf. BERNARD, o. c., I, p. 24, y K1T'!E1,, Theol. Worterb., VI, 284., 33 SS.

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