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¿ :;;s UN HIMNO A CRISTO EL PRÓLOGO DE SAN JUAN? :su teología no es precisamente el Cristo de la encarnación, sino más bien el Cristo de la resurrección» ( 109). Y estas interferencias y reversiones, este sentido pregnante de muchas de las ideas de San Juan , son causa -creemos nosotros-- de que nunca nos hable en :forma exclusiva y tajante de la sola situación kenótica de Cristo, al modo de Fil. 2,7-8, o de que con la idea de «gloria)) no se cir– ·cunscriba estrictamente a la gloria del Tabor y de la resurrección. Sin empargo, en nuestro caso, ésta es para él el punto de partida y la «gloria)) fundamental de Jesús. De todas formas, en esta tercera gran estrofa, compuesta, como la primera, de otra tripleta de estrofas subalternas, San Juan ce– lebra la ((gloria¡) de Jesús, convertido en ((pleroma» de santificación y de gracia para todos cuantos creyefon en El, después de haber sido nuestro único revelador posible, porque nadie podía hablarnos del Dios invisible como el unigénito Hijo que desde la eternidad estaba en el seno del Padre. Sin entrar en más detalles exegéticos, es evidente que esta ter– cera gran estrofa del Prólogo presenta, en sus líneas generales, no pocos puntos de contacto con la tercera estrofa de Filipenses, res~ pectivamente la segunda de Colosenses, y hasta utiliza, como San Pablo, en .este último lugar, la palabra 7e),~pwp.a en su doble sen– tido anteriormente explicado : como receptáculo de toda la virtud ,divina santificadora, condensada en Cristo, y como manantial so– brenatural derivado de El hacia su Iglesia ( 11O). Podría objetarse contra nuestra interpretación que todo cuanto 'Se dice en esta tercera estrofa, particularmente Jo relativo a la «ple– nitud» de gracia y de verdad que Cristo posee, de la cual dimana para los creyentes la vida de la gracia (vv. 14e y v. 16), no se refie– re al Cristo glorioso, sino a Cristo en su vida terrestre. Verdad es que con frecuencia se les da a estas palabras ese sen· tido más o menos ontol6gico. Se las considera como referidas al ser de Cristo, por la encarnación y no a Cristo como fuente de vida en los cielos después de su paso por la tierra. Sin embargo, sin exclui11 absolutamente ese sentido ontológico, sí creemos que su plena reali- (109') A. CHARUE, Vie, lmniere ét g[oire chez Saint Jean, en «Collatio• nes Namurcenses», 29 (19<35), 65-77; 229-241, r 1 a cita se refiere a la p. 240· 241. La tomamos de DuPOT, o. c., p. '262. (110) Cr. s,1pra, p, 252 s. de este estudio.

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