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ESTUDIOS BÍBucos.-Fr. S. de Ausejo, O. F. M., Cap. blico anticotestamentario de ((hombre,, viviente, la idea kenótica y vivificante : «carne,i sacrifica! y eucarística), el autor sagrado re– cuerda también haber contemplado al Logos-Cristo en el Tabor y haberle visto resucitado y glorioso ; sabe que está cabe el Padre y que ha sido constituído plenitud definitiva de vida y de verdad para los hombres, para quienes es el Lagos-revelador del Dios invisible. La noción de ccgloriaJJ en :San Juan es muy complicada. Funda– mentalmente, es la gloria del Tabor y la de la resurrección la prin– cipal. Pero las interferencias de las ideas y aun de los matices di– versos de una misma idea no le espantan al Evangelista. Al con– trario, parece como si se deleitara en acumular sobre una palabra toda una gama de matices posibles. Por otra parte, la carga que llevan ciertas nociones más funda– mentales parece borrar los límítes entre el estadio terrestre, y el estadio futuro, precisamente por su identidad sustancial. Tal suce– de con la palabra «vida eterna)), poseída ya por el cristiano en la tierra. ¿ No sucede algo semejante con la palabra ao~a aplicada a ·Cristo? Si analizamos los lugares del IV Evangelio donde ocurre en tal sentido (Ju. 2,11; 12,41; 17,5.22.24, etc.), parece significar, principalmente, cierto esplendor, un «quid divinum,i, que, por sus milagros, su doctrina y su vida, emanaba de la persona de Jesús y que era indicio evidentísimo de su divinidad. Pero también aquí podríamos preguntar : ¿No estaremos en pre- sencia de otro caso, donde San Juan, mediante esas interferencias, tan suyas, de ideas y de matices, acumula nociones, de forma que, éstas, desde el estadio terrestre, se proyecten ya sobre el estadio futuro, o viceversa : desde el estadio glorioso se reviertan sobre el estadio terrestre? Naturalmente que esta reversión de la gloria de Cristo resuci– tado sobre su vida terrena no aparece en forma visible, sino que s61o es perceptible, incluso para quienes conviven con Jesús, por la fe. Pero, en lo hondo de su ser, Cristo posee ya en la tierra la «glo– ria,, de la resurrección. Esta ccgloriai> radical, formal, ontológica, _que el Evangelista recuerda haber visto en Jesús por la fe, es ia ,,gloria)) que aquí le atribuye también. Pero no habría llegado quizás 1. esta reversi6n, si no hubiera contemplado con sus ojos de carne aquella (cgloria)) de Jesús en el Tabor, y principalmente en los días de su resurrección y ascensión a los cielos, donde sigue contem– -plándolo, ahora nuevamente por la fe, en el seno del Padre. Por eso nos parecen muy exactas estas palabras de Charue: «El centro de

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