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164 SERA11'ÍN DE AUSEJO, O. F; :M. CAP. En cuanto al lugar de su desarrollo, es verdad que aparece en forma terminante y definitiva en 2 Mac. y se supone en Sap., libros originarios de un ambiente helenístico. Pero los hechos que refiere 2 Mac. {el martirio de los siete hermanos y el sacrificio de Judas) no sucedieron en -la diáspora. Y además tenemos el texto de Dan. 12, 2 s., que parece representar la primera profesión de fe más o menos clara en una resurrección escatológica individual. Por que tanto si este caipítulo de Daniel se retiene como original del profeta, como si se le cree originario del redactor definitivo del libro, hacia el año 300 a. C., o mejor aún, de los años de .Antíoco IV (175-164 a. C.), siempre es ante– rior a la redacción de 2 Mac. Por consiguiente, Dan. 12, 2 señala– ría el origen de la esperanza, todavía indecisa, en la resurrección futura. Luego se desarrolla más ampliamente en Palestina, hasta hacerse pa– trimonio de los núcleos más piadosos, aunque tal vez no entre inte– lectuales. Y mientras los libros canónicos palestinenses la dejan a un lado, los deuterocanónicos-porque también la idea tenía vida segura– mente en los centros piadosos de la diáspora por su contacto con ideas algo afines del helenismo-la recogen y la destacan, lo mismo que por idénticas fechas, poco más o menos, hacen también los apócrifos. Tal es, según parece, la trayectoria seguida por la esperanza de una futura resurrección individual en el judaísmo precristiano, según los datos de nuestros libros canónicos y de los apócrifos. Aunque estos datos no lleguen, ni con mucho, al final esplendoroso que alcanzó la revelación cristiana respecto de la resurrección, el progreso que pro• dujo esta idea, dentro de la teología del judaísmo, fué realmente co– losal. El por tantos siglos acuciante problema del mal comenzaba, por fin, a esclarecerse, mediante el principio de una condigna retribución futura, de la que participaría ciertamente el alma, pero sin desde– fiar tampo la materia, el cuerpo, instrumento del espíritu. Y el pue– blo judío, sin dejarse arrastrar por las fáciles y fantásticas imagi– naciones de los pueblos circunvecinos sobre la vida de ultratumba, antes resistiendo su influjo con una fe inquebrantable en Yahvé, Dios justo, a pesar de sentir durante tantos siglos la propia ignorancia so– bre el más allá por falta de revelación, supo aguantar con resistencia admirable esa ignorancia y esperar a que en su propio pueblo germina– ra la idea de la resurrección corporal y de la justa retribución futu– ra. Con la llegada de esta revelación en los dos últimos siglos precris– tianos comenzaba, por fin, a descorrerse el velo que ocultaba los des– tinos eternos del hombre. Jesucristó y los Apóstoles nos traerían la plenitud de la revelación sobre el dogma de nuestra resurrección futura. [14]
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