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SAN PABLO, MISIONERO EN ESPAÑA Y PARTICULARMENTE EN LA BETICA (*) Por Fr. SERAFÍN DE Ausruo, OFMCap. El Occidente ejerció en Pablo de Tarso fuerte atracción, una especie de magnetismo constante. Sus grandes viajes mi– sionales, partiendo de Antioquía (Siria) o de Jerusalén, se pro– yectan siempre hacia el Oeste, especialmente hacia las costas occidentales de Asia Menor (la actual Turquía). Sólo en una ocasión intentó dirigirse hacia el Norte, hacia el Ponto (¿para saltar tal vez hacia el Cáucaso?). Pero «el Espíritu de Jesús -escribe san Lucas- no se lo permitió» (Hechos 16, 7). Por la noche, Pablo tuvo una visión en sueños: un macedonio se le presentó diciéndole: «Pasa a Macedonia y socórrenos» (16, 9). Era la voz de Grecia, el grito de la entera Europa mediterrá– nea, que le pedía caminar hacia Occidente para incorporar a la cultura grecorromana el nuevo fermento del cristianismo. Primeramente fue Grecia -por largos años y distintos via– jes- el campo de su apostolado. Pero aquella fuerza interior del Espíritu le impulsaba a mirar más y más hacia Occidente. Sin embargo, no era Roma, la capital de la Ecumene, la fina– lidad de sus ansias misionales. Allí estaba ya Pedro y existía una numerosa y floreciente cristiandad; y Pablo miraba «como. un punto de honor el anunciar el evangelio, pero no allí donde el nombre de Cristo ya había sido invocado, para no edificar sobre cimiento ajeno» (Romanos 15, 20). Pablo miraba todavía más hacia Occidente, hacia España. Y así lo manifiesta desde Corinto en su carta a los Romanos (15, 28). Tales eran sus proyectos. Pero ¿los pudo realizar? Yo for- (*) La primera parte de este trabajo fue dada a conocer en una Sesión de la Aca• demia Sevillana de Buenas Letras, con el título de « Encuentro de san Pablo en Corinto con un cordobés», en el año 1976.

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