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94 FR. SERAFÍN DE AUSEJO también en Almería); san Cecilia, en Illiberis (Elvira, junto a la antigua Granada); san Eufrasia, en Iliturgis (nombre con– servado aún en Cuevas de Lituergo, junto a Andújar); san He– siquio, en Carcesi ( que unos señalan como Cazarla y otros, creo que con más fundamento filológico, en Carchel o Car– chelejo, también de la actual provincia y diócesis de Jaén). Tal vez algún lector erudito me diría que san Segundo fue a establecerse en la actual ciudad de Avila, de la que es pa– trono. Pero esa tradición no va más allá del siglo XVI. Además, Avila se llamaba, en la época de san Pablo, Abela, de cuyo nom– bre procede el actual. Pero la filología tiene sus leyes. Y la «u» del nombre latino Abula (con el acento en la «a» inicial) no puede dar origen a una «i», sino que sencillamente se suprime. Y suprimida esa «u» átona, nos queda el actual pueblo de Abla (Almería), por donde también discurre un riachuelo del mismo nombre. Precisamente en la plaza del pueblo hay una cruz so– bre un pedestal con inscripción ya ilegible, de la que se dice que recordaba algo de Vespasiano. Y desde luego, el actual pueblo de Abla presenta indudables vestigios de haber sido habitado en época imperial. De todo lo cual se deduce que san Segundo se .quedó junto a sus compañeros. Por consiguiente, los siete misioneros se establecen, como se ve, desde las costas de Almería, principio de la Bética, hacia las actuales provincias de Granada y Jaén, llegando hasta las orillas del Guadalquivir en Andújar. Y todos quedan cerca, unos de otros, en la misma región. De todos estos datos históricos deduzco que fue esta región la primera que recibió la fe de Cristo de labios del gran após– tol san Pablo. El Ia recorrió, con miras a seguir misionando hacia Córdoba, Ecija (la romana Astigi), Sevilla y Cádiz. Pero hechos históricos para él imprevistos le obligaron a suspender su misión hispana y a dirigirse de nuevo a las regiones de Grecia y de Asia Menor. Un año, más o menos, llevaría san Pablo misionando en la Bética (recuérdese que él hacía sus viajes despacio, dete– niéndose en cada lugar todo el tiempo que le parecía necesa– rio), cuando a Nerón se le ocurrió incendiar Roma por los cuatro costados. Como el pueblo se amotinó contra él, pues

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