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92 FR. SERAFÍN DE AUSE.TO Según ellos, los apóstoles Pedro y Pablo (durante la se– gunda cautividad romana de éste, año 66-67) consagraron obis– pos a siete discípulos de Pablo, que desde Roma fueron en– viados a misionar en España. Pero nunca debemos olvidar el principio apostólico que Pablo seguía en sus misiones, según se desprende de los libros sagrados del Nuevo Testamento. Su principio era que él sería siempre el primero en predicar a Cristo donde aún no era conocido y fundar iglesias en las ciudades que él misionaba. Después, al dirigirse a otras ciudades, dejaba en las ya misio– nadas a algunos discípulos suyos que continuaran su obra, o enviaba pronto, desde luego, a otros discípulos para tal fin. En suma: él desbrozaba el terreno, sembraba la semilla, y luego dejaba en cada lugar a algunos discípulos, para que cultivaran la siembra y recogieran el fruto. Y siendo esto así, corno lo es, la región en la que se esta– blecieran esos discípulos, ésa sería la región que previamente había recorrido san Pablo. Así sucedió en Efeso, en Galacia, en Creta. Veamos, pues, en qué región se establecieron esos «Siete Varones Apostólicos» (como se les llama desde hace rnuohos siglos). Y en primer lugar, los nombl'es con los cuales son venera– dos por la Iglesia. Son éstos: Torcuato, que siempre figura corno jefe de la expedidón. Lo siguen Tesifonte, Inda.lecio, Se– gundo, Eufrasio, Cecilia y Hesiquio. Todos ellos son nombres grecorromanos, menos Indalecio, que es típicamente ibérico. Los lugares o ciudades en los que se establecen (y doy los nombres latinos y sus correspondientes en la geografía actual) son éstos: san Torcuato se queda en Acci (Guadix); san Tesi– fonte, en Vergi (hoy seguramente Berja, Alrnería); san Indale– cio, en Urci, en el golfo donde probablemente desembarcó san Pablo (junto a Huércal, Alrnería, nombre derivado del latino Urci; precisamente allí comenzaba la provincia romana Béti– ca); san Segundo, en Abula (que corresponde al pueblo de Abla, histórica <le la narración de los «Siete Varones Apostólicos». J. VIVES, La «Vita Torquati et comitum», en «Analecta Sacra Tarraconensia», 20 (1947), págs. 223-230, y en otros es– critos suyos pone en duda ,!a autenticidad y la veracidad histórica de esos calendarios mozárabes. En realidad, la postura de J. Vives la había ya refutado, y firmemente, R. TouvBN0T, Essai sur la province romaine de Bétique, París, 1940, pág. 307.

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